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Agota Kristof, bressoniana, Claus y Lucas, El gran cuaderno, poética
No es mi poética. No tengo una poética tan definida. Pero me parece un excelente punto de partida, un solidísimo referente narrativo. Es el programa de escritura de Claus y Lucas, los hermanos gemelos protagonistas de El gran cuaderno, probablemente (no he leído toda su obra) la mejor creación de Agota Kristof, la más bressoniana de los escritores que conozco, y, junto con las otras dos novelas breves protagonizadas por los dos hermanos, piedra de toque de la narrativa europea contemporánea: por su forma esencial y despojada; por la inteligencia que su compleja estructura, su naturaleza elíptica -contempladas las tres novelas como un todo-, revelan; por los asuntos que aborda, síntesis de quienes hemos sido.
“Así es como transcurre una lección de redacción:
Estamos sentados en la mesa de la cocina con nuestras hojas cuadriculadas, nuestros lápices y el cuaderno grande. Estamos solos.
Uno de nosotros dice:
– El título de la redacción es: “La llegada a casa de la abuela”.
El otro dice:
– El título de la redacción es: “Nuestros trabajos”.
Nos ponemos a escribir. Tenemos dos horas para tratar el tema, y dos hojas de papel a nuestra disposición.
Al cabo de dos horas, nos intercambiamos las hojas y cada uno de nosotros corrige las faltas de ortografía del otro, con la ayuda del diccionario, y en la parte baja de la página pone: “bien” o “mal”. Si es “mal”, echamos la redacción al fuego y probamos a tratar el mismo tema en la lección siguiente. Si es “bien”, podemos copiar la redacción en el cuaderno grande.
Para decidir si algo está “bien” o “mal” tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por ejemplo, está prohibido escribir: “la abuela se parece a una bruja”. Pero sí está permitido escribir: “la gente llama a la abuela ‘la Bruja’».
Está prohibido escribir: “el pueblo es bonito”, porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas.
Del mismo modo, si escribimos: “el ordenanza es bueno”, no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que nosotros ignoramos. Escribiremos, sencillamente: “el ordenanza nos ha dado unas mantas”.
Escribiremos: “comemos muchas nueces”, y no: “nos gustan las nueces”, porque la palabra “gustar” no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. “Nos gustan las nueces” y “nos gusta nuestra madre” no puede querer decir lo mismo. La primera fórmula designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento.
Las palabras que definen sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.”
Del capítulo “Nuestros estudios”, en El gran cuaderno, Agota Kristof