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dorothy

Un día, él se va de casa. Más tarde, se va del país.

Ella le reprocha que abandone al hijo de ambos.

No lo abandono, dice él, indignado, mientras pone más de mil kilómetros de distancia entre su actual lugar de residencia y el de su hijo.

De acuerdo, concede ella, “abandonar” es un verbo muy dramático. Digamos que lo dejas atrás.

Me he ido a buscar trabajo para poder ofrecerle un futuro a mi hijo, se defiende él.

“Para poder ofrecerle un futuro a mi hijo”. El lugar común la deja sin palabras, noqueada.

Mientras, ella, no le ofrece un presente a su hijo porque el presente ya está ahí. Ella, simplemente, se ocupa del presente de la mejor manera que puede. A veces buena, incluso con momentos de verdadera luz, muchas veces mala.

Entonces, muchos días después de que él arrojara aquella frase hecha que penetró en el cuerpo de ella y aún resuena en su cabeza, ella reflexiona acerca de esta pequeña pero definitiva digresión temporal, y concluye que quizá ese discreto cambio de tiempo verbal -ellos siempre prestos a conjugar el futuro, ellas conjugando el presente en cualquier caso- explique tantas otras cosas y algunas estupefacciones.

Y el futuro, pregunta ella, ¿no se construye cada día?

Pero hace tiempo que ya no hay nadie al otro lado de la línea.

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