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Ultramarinos

Con algunos de los artículos que los colaboradores de prensa escribimos para nuestros (es un suponer) respectivos diarios, pasa como con el pescado fresco: no salen en su día y van a parar a lo que en la jerga se denomina “la nevera” y, si te descuidas, acaban en el congelador, por no decir en la morgue. He decidido evitar tan cruel  destino a algunas piezas que no lo merecen (que no son todas). Estreno la sección “Ultramarinos” rescatando la reseña de un libro que leí hace unos meses: La escuela del aburrimiento, de Luigi Amara (Sexto Piso), bastante divertido, por cierto.

Eva Muñoz La escuela del aburrimiento artículo

Reivindicación del aburrimiento

“¿Cómo se vería la palabra ‘aburrimiento’ desplegada en letras rojas sobre las marquesinas de los cines?” Quien formula esta pregunta, el ensayista y poeta Luigi Amara (México D.F., 1971), parece convencido de que la respuesta sería algo así como: como una amenaza. Ni aun tomada como una provocación, la curiosidad de la mayoría lograría vencer el temor al tedio y las salas estarían condenadas al vacío de espectadores. Aun así, el autor ha tenido el arrojo de escribir un libro titulado, precisamente, La escuela del aburrimiento (Sexto Piso). Toda una provocación sobre la que la freak que escribe estas líneas se lanzó en picado en cuanto la tuvo entre manos. Y es que, en un tiempo en que la diversión ha adquirido la categoría de mandato universal, el aburrimiento se antoja como el único lugar para la disidencia, el único espacio desde el que conquistar una mínima autonomía.

Esa es la principal conclusión moral (y política, de hecho) del ensayo de Amara, miembro fundador de la Internacional Bostezante y autor de poemas como “Tarde de domingo” o “El cazador de grietas” (parece que su interés por el tedio es genuino y antiguo). Amara nos hace partícipes de su experiencia, consigna sus intenciones, temores, conjeturas, su pura operativa, al tiempo que acude a la “tradición” en torno al aburrimiento: Pascal, Montaigne, Nietzsche, Baudelaire, Schopenhauer, Benjamin, Debord, Warhol… Un recorrido que sitúa el aburrimiento como asunto tal vez marginal en cuanto a la importancia que el “canon” le otorga, pero tan central como constitutivo de la experiencia vital y en cuanto a su potencialidad creativa y, por ende, subversiva (precisamente al contrario de lo que proponían los Situacionistas).

En el periplo, Amara se sumerge en las a un tiempo confortables e inquietantes profundidades de su cuarto/cráneo, una vez desconectado de todo utillaje tecnológico y apenas acompañado por los famosos diez volúmenes que uno se llevaría a una isla desierta, para a continuación trasladarse a la ciudad de Las Vegas y descubrir que allí donde el aburrimiento es combatido con mayor ahínco es donde todo lo ocupa.  Al final, el autor propone una suerte de abrazo entre Perec y Debord: “en ese abrazo entre lo infraordinario y la revolución de la vida cotidiana, está la clave para mirar de frente al aburrimiento sin necesidad de enfrentarlo”. Una lectura liberadora de un refinado espíritu punk.

otras voces, otros ámbitos

Eva Muñoz Reivindicación del aburrimiento El sol del membrillo

Algunos ladrillos, en este caso cinematográficos, que a mí (que soy una freak y una esnob) me resultan fascinantes. La lista dista mucho de ser exhaustiva. En el terreno del cine, sería misión imposible, ergo: ¡aún hay esperanza, queridos disidentes! De casi todos los autores que cito podría mencionarse toda su filmografía. Y no he incluido a la parejita Straub-Huillet, pues la he tratado poco, pero me consta que están a la vanguardia de esta revolución tranquila. Por lo que se refiere a la geografía, nos hemos detenido en la frontera que, bajando los Urales, nos lleva hasta Persia. O sea, no hemos llegado a Extremo Oriente que, con luminarias como Wang Bing o Apichatpong Weeresethakul (alias Joe) son, también en este terreno, eso: muy extremos y radicales.

El sol del membrillo (Víctor Erice, 1992)

Five (Abbas Kiarostami, 2003)

Gerry (Gus Van Sant, 2002)

No quarto da Vanda (Pedro Costa, 2000)

Madre e hijo (Aleksandr Sokurov, 1997)

El caballo de Turín (Béla Tarr, 2011)