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¡Abajo el informe Pisa! Eso es lo primero que me vino a la cabeza cuando oí a un escolar catalán de unos diez o doce años hacer, en público, el siguiente comentario: “Me ha llamado la atención el carácter pictórico de uno de los primeros planos del film, la composición del cuadro”. El comentario se lo hacía a otros niños de su edad, autores del film en cuestión. Y no era la única observación o pregunta que denotaba una notable educación por parte del escolar que la formulaba. En las dos horas que estuve sentada en una de las butacas de la sala Chomón de la Filmoteca de Catalunya el pasado 28 de mayo, tuve ocasión de escuchar por boca de una docena de adolescentes y preadolescentes muchos comentarios y preguntas de la misma categoría, más sofisticadas (como la citada) o más sencillas, pero todas igual de pertinentes y bien formuladas. El contexto: la proyección de los films realizados en los talleres anuales del programa Cinema en curs. Aunque quizá lo más sorprendente (pero discreto por su naturaleza) y prometedor, fuera observar cómo más de un centenar de chavales se mantenían atentos y en escrupuloso silencio durante aquellas dos horas –durante las seis horas que duró la proyección completa, de hecho.
“Queríamos poner en marcha un programa de pedagogía del cine y a partir del cine», dice la cineasta Núria Aidelman, impulsora y codirectora, junto con Laia Colell, de Cinema en curs, una iniciativa que arrancó en 2005 y en la que este año han participado más de mil ochocientos niños y jóvenes de entre tres y dieciocho años de escuelas e institutos públicos de toda Cataluña, además de algunos centros de Galicia y Córdoba (Argentina), que se han sumado en los últimos años. La idea es “acercar a niños y jóvenes el cine como arte, como forma de creación y cultura, y explorar las potencialidades pedagógicas de la creación cinematográfica”. En un contexto cultural en que el audiovisual es el lenguaje dominante, no parecería que hubiera que insistir demasiado en la pertinencia de un programa de estas características. Lo cierto es que las líneas de subvención con las que se financia el programa están desapareciendo.
Transversal
Los talleres son la actividad central en la que se concreta el programa. Se articulan a partir del vínculo entre ver y hacer cine, con el convencimiento de que “la experiencia de la creación es fundamental para formar espectadores activos, sensibles, críticos y creativos”. Los imparten de forma conjunta los profesionales del cine asignados a la escuela -que trabajan de manera estable en el centro durante todo el curso escolar- y miembros del equipo docente. Cinema en curs se desarrolla dentro del horario lectivo, no como una actividad extraescolar. Este aspecto parece importante puesto que traduce la confianza de sus responsables en el potencial pedagógico del programa y en su transversalidad a la hora de abordar contenidos y competencias escolares. Los talleres permiten no sólo abordar desde el registro audiovisual muchos contenidos curriculares sino diferentes competencias: desde el trabajo en valores a “aprender a aprender”. Además, Cinema en curs trabaja en otras dos líneas: la formación del profesorado y el desarrollo de los recursos y metodologías necesarios para la transmisión del cine, que son extensibles a otras materias educativas. Son metodologías siempre basadas en el tándem ver – hacer, es decir, de algún modo, en la pareja observación – acción, teoría – práctica, interiorizar – exteriorizar… Esto es: aprendizaje experiencial y activo.
Vivencial
“Sí, sorprende encontrar a un grupo de chavales de esas edades capaz de estar atento y en silencio durante tantas horas, respetando escrupulosamente las reglas del juego”, afirma Aidelman. Y es que, de pronto, “lo que allí sucede es verdad”. Y esa cualidad se traduce en una “intensidad” que era palpable en la sala. A mí me alcanzó. La escuela, vienen a decir los chavales a su manera, es un simulacro. O lo que vendría a ser lo mismo: el conocimiento que no se vivencia, es conocimiento ajeno, muerto. “En cambio, en los talleres ellos tienen un papel muy activo”. Se ejercitan en aprendizajes muy importantes y para los que con frecuencia en la escuela hay poco o ningún espacio, como la toma de decisiones. La práctica cinematográfica es un ejercicio de decisión constante. También es distinto el tempo con el que se trabaja. Se pone en práctica la lentitud, la repetición. En las escuelas, es lógico, los tiempos que se dedican a las tareas están muy predeterminados, y apenas se practica ya la repetición. “Aquí se aprende a avanzar lentamente, y a avanzar repitiendo”, relata Núria. Además, la entrada en escena de un profesional externo al ámbito escolar es algo que les resulta muy estimulante y les genera muchas expectativas, es decir: ganas de aprender y disposición a esforzarse. Y “los niños suelen estar a la altura de las expectativas”. Si el reto les estimula y lo hacen propio, no repararan en esfuerzos y energías. “Somos los adultos quienes no siempre estamos a la altura”.
Otras dinámicas
En los talleres, los niños también se ejercitan en dinámicas de funcionamiento en grupo distintas a las habituales. Por ejemplo, se pone el acento más en el “compartir” que en el “competir”. Ello se manifiesta en la importancia que adquiere el reconocimiento del trabajo de los otros. Se desarrolla la empatía. Desde el momento en que se sabe, porque se ha experimentado, que todo el mundo se ha esforzado por sacar adelante lo mejor que el grupo ha sido capaz de dar, se observa con complicidad y respeto el trabajo de los otros. En cuanto al proceso de preparación de los cortometrajes que se realizan, las decisiones suelen tomarse por consenso, no por votación. Eso obliga a ejercitarse tanto en la consideración de los puntos de vista del otro como en la argumentación de los propios. En cuanto a la metodología de trabajo, trata de hallar un equilibrio entre lo individual y lo colectivo, algo en lo que, de nuevo, la práctica cinematográfica es un buen referente. En todo caso, y en cuanto a la asunción de los distintos roles que el proceso de realización de la película entraña (dirección, cámara, sonido, foto fija, script, montaje), se hace de modo rotativo. “Se trata de dar la oportunidad a todos los chavales de ponerse al frente de un equipo y dar indicaciones”, algo que, de modo espontáneo, muchos no harían. Luego, se procura también que exista la oportunidad de repetir, de modo que cada uno elija aquello más acorde con sus gustos y personalidad.
Cultura audiovisual
Cinema en curs trata de mostrar, en la práctica, que el cine, la imagen, puede ser algo más que un mero objeto de consumo. No se trata de hacer pedagogía audiovisual en el sentido más convencional que trata de enseñar a los niños algunas claves de la sintaxis audiovisual para ponerlos a salvo de la manipulación publicitaria (enseñanza que aquí no se discute). Se trata de que viendo y haciendo cine, “descubran las posibilidades expresivas del medio”. De proporcionarles una herramienta, que es tanto el conocimiento técnico del medio como la educación estética que incorpora, para “poder apreciar mejor el entorno”. O sea, proporcionar herramientas que permitan “dar a ver realidades distintas al tiempo que se las pone en valor” y, sobre todo y fundamental, “dar herramientas para la vida y para habitar mejor el entorno”. Algo que parece sustancial en un momento en que el entorno es caótico, precario, difícil.
Por último, hay un aspecto importante que permite abordar este programa y que entra de lleno en toda una serie de cuestiones que han ocasionado y ocasionan gran debate en el ámbito educativo, léase: la “cultura del esfuerzo”, la necesidad de “recuperar” valores como la disciplina o el rigor… al tiempo que vuelven a la palestra con un sentido renovado cuestiones como la importancia y el amplio alcance de la creatividad. Cualquier disciplina artística pone en juego un aprendizaje fundamental: la posibilidad de conjugar rigor y creatividad. Toda expresión artística “da forma” a una necesidad o energía creativa. Y en ese “dar forma” entra de lleno, y la disciplina artística permite desarrollarlo, la necesidad de sujetarse a unas pautas (de ahí la “disciplina” artística), de un rigor (que no rigidez) en el trabajo, de método, tiempo, repetición… Exigencias todas ellas que la belleza y la emoción contenidas en el trabajo artístico hacen que se trate de un esfuerzo dotado de sentido. O, tal como lo expresaban algunos de los chicos: “Ha sido difícil, pero ha valido la pena”.
Más cine
Tenía razón la cineasta Mercedes Álvarez, que se encontraba entre el público, cuando comentaba que en las tres horas de proyección transcurridas, había visto más cine en esos trabajos de fin de curso que en las salas convencionales que había frecuentado en los últimos meses. Lo suscribo. Y la emoción que había sentido. Yo también. Y una gran alegría. Frente al panorama sombrío que nos asola, ver esa inteligencia y belleza, sensibilidad, capacidad de observación de la realidad… llevada a la pantalla de la mano de un grupo de escolares produce una gran alegría. Más aún cuando el panorama sombrío alcanza también a la educación, y a la educación pública para ser precisos, de la que no paramos de escuchar, o constatar, sus debilidades. ¡Pues este programa funciona espléndidamente! Estos niños han aprendido a trabajar con imágenes, algo sólido han aprendido de lenguaje cinematográfico y de algunas otras cosas importantes. Han aprendido, por ejemplo, a sacar un proyecto adelante en grupo, han aprendido a renunciar (¡qué aprendizaje tan importante!, en el cine, como apuntó José Luis Guerin, que también andaba por la sala, y en la vida). Y aunque la renuncia, entendida no como castigo sino como la necesaria elección a la que la libertad y las limitaciones inherentes a la existencia nos obligan es importante, necesaria y positiva, era una buena propuesta la de Guerin cuando invitaba a aquellos chicos y chicas a conservar alguna de las secuencias a las que habían renunciado para desarrollar futuros proyectos.
Porque, ¿qué harán esos chicos y chicas después de esto? Una niña decía en su intervención pública, “… quizá nunca más tengamos una experiencia como ésta”. ¡Sonaba tan triste y definitivo! Ahí, sí, demasiado pronto para renunciar. Porque las experiencias se encuentran pero también se eligen desde nuestro ámbito de experiencia y conocimiento previos. De ahí la importancia de un programa de estas características. De ahí la importancia de la educación pública. Al salir de la sala, Óscar Pérez, otro cineasta que andaba por allí, comentaba que aunque al salir del aula aquellos niños encontraran en la tele y en su entorno lo de siempre, creía que aquella experiencia no era en vano, que cuando algún día se encontraran con esas “otras” imágenes, no les resultarían extrañas. Yo también lo creo. Experimentar la belleza, la verdad, la intensidad, tal como lo permite la experiencia artística y creativa, nunca es en vano.