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Antes de que termine definitivamente el verano quiero recuperar aquí uno de esos artículos que escribí para publicar en el diario en el que colaboro, lo arrolló el tiempo, y quedó inédito. Se trata de una reseña del conjunto de relatos Sagapò. Te quiero (Acantilado), que escribió el italiano Renzo Biasión tras su experiencia como soldado del ejército de Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial, en Grecia. He recordado estos cuentos este verano porque uno de sus rasgos más característicos es la presencia del paisaje, del clima: radicales. Ese clima y ese paisaje extremos y la vaciedad del tiempo constituían el mayor enemigo de aquellos soldados, notablemente más que la población local, que trataba de sobrevivir a la ocupación a base de un férreo desprecio del enemigo/extranjero -como sólo las personas de comunidades locales, cerradas y rurales, son capaces de ejercer- que alternaba con una tolerancia del otro/ocupante. Lo extremo de dichos paisajes hace que a veces se antojen más fantásticos que reales: lunares, hiperrealistas. Esto es especialmente notorio en el relato Katina: la luz cegadora, el barro seco, los despeñaderos y, en medio de ese paisaje trágico, una trágica, memorable historia de amor de dos criaturas sencillas y emocionales: carne de cañón. ¡No se los pierdan! Aquí va lo que escribí para La Vanguardia.
No sucede muy a menudo, pero a veces uno se encuentra con autores que tienen la impronta de los clásicos. Y no se trata de que Renzo Biasión (Treviso, 1914 – Florencia, 1996), autor de un único libro, Sagapò (Te quiero), escriba acerca de un acontecimiento que todavía nos concierne, como es la Segunda Guerra Mundial. Lo que nos concierne es su profunda comprensión del ser humano, que refleja desde la cercanía y la generosidad, con un estilo sobrio y despojado de todo afán intelectualista.
Su incursión en la literatura fue accidental. Biasión era profesor de dibujo cuando lo llaman a filas para participar en la ocupación italiana de Grecia: un empeño absurdo del megalómano Mussolini que fue criticado por el propio Hitler. En una situación de notable abandono por parte de los mandos, el mayor enemigo de los soldados italianos parece ser “una degradación que no conocía todavía y que provenía, sin duda, del ambiente físico; del clima; del aburrimiento tan sólo alternado con ritmo exacto por recurrentes momentos de un miedo loco”. En 1943, Biasión es deportado a Alemania y, no teniendo en prisión útiles para pintar, decide dar cuenta de su experiencia a través de un conjunto de relatos que han permanecido hasta ahora inéditos en español. Dice Del Buono, escritor contemporáneo del autor y que firma el prólogo, que estos textos muestran cómo aquellos hombres se las arreglaron para “hacerse con el mínimo de condiciones que cualquier soldado o persona que se encuentre en un estado análogo de coerción trata de procurarse para seguir siendo un hombre”, lo que parece una justa descripción de aquello que estos relatos tienen en común y que, salvando todas las distancias, los ponen en relación con aquella otra experiencia radical de otro autor italiano convertido en escritor por las circunstancias de la guerra, Primo Levi, que lleva precisamente por título Si esto es un hombre.
La permanencia y la precisión con la que Biasión es capaz de transmitir aquella experiencia concreta de guerra, pero tantas otras cosas: el amor, las ilusiones, la felicidad que proporciona el comer y el beber en una situación de privación, la forma rápida pero definitiva en la que cambia nuestra suerte… amén de su capacidad para crear imágenes, para recrear un paisaje y una luz, y que revela la atenta mirada del pintor, convierten estos relatos en inolvidables.