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La prosa:

esta palabra no significa solo

un lenguaje no versificado;

significa también el carácter concreto,

cotidiano, corporal, de la vida.

MILAN KUNDERA

 

A modo de clave musical, las palabras de Milan Kundera que abren La prosa de la vida, segundo volumen de los Fragmentos filosóficos de Joan-Carles Mèlich, sitúan al lector en el preciso lugar desde el que él elabora su “filosofía antropológica de la finitud”, que es también una filosofía literaria o prosaica. Sostiene este escritor y filósofo, lector apasionado, que la tradición filosófica occidental, de Parménides a Hegel y el positivismo, ha sido mayoritariamente metafísica: una filosofía esencialista, convencida no solo de la existencia de conceptos absolutos o universales, del bien al deber, sino de nuestra posibilidad de conocerlos.

Joan-Carles Mèlich en blog Eva Muñoz

Frente a la metafísica (germen del pensamiento totalitario), Mèlich defiende una filosofía literaria, pues es precisamente ésta la que comprendería el carácter finito, corporal y concreto, contingente de nuestra existencia. Una filosofía que reivindica una tradición que va de Heráclito y Sófocles hasta Nietzsche y Dostoievski, pasando por Cervantes y Shakespeare, y continúa con Kafka, Thomas Mann, Virginia Woolf o Marcel Proust. Y es que es en la obra de estos autores (y en las obras de arte en general), donde con frecuencia encontramos más verdad acerca de la naturaleza finita de nuestra existencia, de la muerte y del paso del tiempo o de la justicia. Y más consuelo. Entre el poema y la meditación, Mèlich prosigue en este segundo volumen de sus Fragmentos una conversación con los libros y con los lectores, con los vivos y con los muertos, acerca de algunos de los asuntos que ocupan el centro del debate filosófico. Una reflexión a partir de la literatura y contra la metafísica, acerca de qué significa, en qué se traduce, el carácter finito de nuestra condición y, en concreto, qué ética dibuja; que se detiene en cuestiones como la memoria, la tecnología o la educación, la compasión y el daño, y que llega hasta el presente: “[…] No hay arte, sino técnica. No hay vida ni existencia, solo identidad y ser, un exceso de ser”.

Tras esa instantánea, que parece describir un paisaje arrasado por la luz de los flashes, el libro se cierra con una meditación sobre una pintura de Goya que ofrece el consuelo y la narración de un acto ético, y es uno de los fragmentos literarios (y filosóficos) más bellos y conmovedores que esta periodista ha leído últimamente.

(Publicado el 19 de noviembre en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia.)

doctor-arrieta en blog Eva Muñoz