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Oriol Vilanova; Peter Hujar; Fazil Say; Fundació Tàpies; Fundación Mapfre; Palau de la Música
Domingo
Así se llama la exposición de Oriol Vilanova en la Fundació Tàpies. Durante años, este artista conceptual ha acudido cada domingo al mercat de Sant Antoni o al rastro de la ciudad donde estuviera y ha comprado una postal. Vistas aéreas de paisajes montañosos, de puertos, de portadas de iglesias, de objetos decorativos de indudable gusto kitsch, de cisnes, de souvenirs… todas son souvenirs, también las puestas de sol, las naranjas, los zoológicos, los paisajes suizos en los que ondea la inequívoca bandera de ese país, los mandatarios… En total ha reunido 34.000 postales de las que expone 27.000, con las que ha cubierto las paredes de dos de los pisos de la fundación, todas situadas en vertical independientemente del sentido en que fue tomada la foto, organizadas por grupos cromáticos y temáticos.
Hay algo en la repetición del gesto del coleccionista, el orden o la pauta que confiere a cualquier vida, que he deseado siempre, quizá porque yo no soy así… También es posible que existan regularidades en mi vida perceptibles para alguien que esté fuera de ella. Hoy percibo mi vida como un fluido. Y no hay desorden en los fluidos sino discurrir… El texto que presenta la exposición habla de ella como de “las ruinas de la sociedad del espectáculo”. Memoria y juego, registro yo. Porque por encima del orden y la repetición sobresale el juego, que indudablemente sigue unas reglas pero siempre es nuevo y admite todos los comienzos y conclusiones. Y fugas.
A apenas unos pasos de allí, la exposición de fotografía de Peter Hujar en la Fundación Mapfre es en cierto modo la antítesis de la de Oriol Vilanova. Leo que en su última exposición en vida, en 1986, Hujar expuso setenta fotografías muy juntas y en dos filas componiendo una suerte de friso, de modo que no hubiera dos fotos con el mismo motivo juntas (retratos, naturalezas muertas, paisajes, animales…). El artista pretendía así “minimizar la tentación del espectador de comparar y buscar diferencias”, pues “más que servir como variaciones sobre un asunto común, todos y cada uno de sus temas tenían un papel original, único”. Y lo cierto es que no importa si lo que está ante el objetivo del fotógrafo es una vaca, un edificio, una silla sobre la que se ha dejado una manta o una persona mirando a cámara de frente o, como es muy frecuente, desde la horizontalidad de una cama o un colchón: todos tienen el mismo peso específico, la misma incuestionable entidad. Las fotografías de Hujar tienen, como sostiene A., una “solidez” que las distingue, que el fotógrafo reconoce en los sujetos y las cosas y captura y definitivamente ancla a tierra. A mí se me hace evidente también que Hujar es un outsider genuino e irremediable, un raro, un solitario, alguien que va por libre porque no sabe hacerlo de otro modo, ajeno a escuelas y movimientos. Y su singularidad y ese peso específico que sabe hallar en todo aquello que mira sacándolo por un instante y para siempre de la corriente del tiempo, hacen de su fotografía algo realmente muy bello. Como la paz que comunican algunos de sus retratados. Susan Sontag nunca desprendió esa beatitud ni estuvo tan bella.
Domingo, 14.20 h. Hace viento fuera de la Fundación Mapfre. Viajo de pie en el vagón de metro, con la espalda apoyada en una de las barras centrales. La vista sobre los hombros del resto de los viajeros y la profundidad del vagón me producen la sensación de tener ante mí un sistema montañoso y por unos minutos no necesito nada, no pienso nada, contemplo a la muchedumbre como si contemplara un paisaje. Antes, miro insistentemente a un chico joven frente a mí, sus gafas geométricas estilo decó y sus piercings capturan mi mirada… Pienso en Hg. Me gustaba escribirle y recibir mensajes obscenos en el metro, rodeada de desconocidos. A él también.
Sábado
Es fascinante escuchar y ver tocar a Fazil Say, que actúa con la Simfònica del Vallès en el Palau de la Música. Primero Silence of Anatolia, una composición suya. Qué papel el de Rubén Gimeno, el director, pienso, qué difícil, porque el pianista genial manda mucho y dirige a la orquesta desde la banqueta. Y no sólo su obra, poderosa, atmosférica, también el concierto para piano de Mozart, el núm. 23 en La mayor, que hace suyo como si de otra de sus obras se tratara, y realmente es una felicidad escucharlo y es perceptible en el auditorio. Dice F. que tiene cara de psicópata. Bromea. Pero tiene cara de loco, de trance, cuando actúa.
En la fiesta miro al hombre guapo apenas unos metros delante de mí. Es obviamente guapo, y su expresión soñolienta, sexy, el cuerpo con algunos kilos de más es deseable, no sé si porque él tiene menos de cuarenta años o porque soy yo quien tiene más de cuarenta (cuando era muy joven me gustaban flacos), y ese acento… que inevitablemente asocio a mi amante reciente. Pero, ¿qué dirá la princesa al abrir los labios?