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ESTE ES EL TÍTULO DE UN TEXTO que no es mío sino del músico y compositor Javier Navarrete. Se lo dedica al también músico, compositor y escritor Víctor Nubla, al que yo no conocía sino de oídas y que acabo de descubrir a través de su página web, y del escrito de Javier, por supuesto. Ya no lo voy a conocer de otro modo porque murió el pasado 31 de marzo. Así de peregrino es todo este asunto.
Y como últimamente ando escasa de invitados dada la coyuntura, he decidido abrir una nueva sección en mi blog dedicada precisamente a eso, a acoger a amigos o desconocidos: un salón mínimo abierto a todos aquellos que hagan buen uso de su inteligencia y dones naturales o adquiridos.

In Memoriam Victor Nubla
V
íctor Nubla, uno de los grandes escritores y músicos de nuestro tiempo, ha decidido traspasar por fin los límites del Barrio de Gracia y sumergirse en el ancho mundo. Mejor dicho, pues no era hombre de medias tintas, ha decidido anegarse en él, fundirse, metalizarse, autoelectroencefalografiarse al sol y con la luna por sombrero.
Es inevitable referirse a un finado, sobre todo cuando todavía está caliente, como alguien próximo a nosotros, alguien que despertaba sentimientos de adhesión y hormonas de compañerismo. Alguien que al menos estaba dispuesto a revelarnos cuáles eran las mejores tapas disponibles en los bares cercanos. De ahí la patética retahíla de plañideros que han publicado artículos en los medios locales que lo caracterizaban como un interesante agitador cultural, mucho peor, un ’personaje’, léase un tonto del pueblo.
Eso es falso, por supuesto. Y lamentable.
Es cierto que él hizo del barrio de Gracia, nunca mencionado en su literatura, que sepamos, el ámbito natural de su existencia y de su vida como socialite, pero solo en el sentido en que Montaigne usó el castillo de Montaigne o Proust la cama de su casa en el bulevar Haussmann: como un entorno no excesivamente intrusivo, un hábitat tolerable, un modelo del mundo a escala, cuya mediocridad, en el sentido de justo medio, hacía inútiles las tentaciones viajeras o las ansias de conquistar otros ámbitos.
Pero eso no autoriza a nadie a proclamarse su prójimo. Y menos aún con la relamida hipocresía del gacetillero que te atiza una palmada en la espalda cuando menos te la esperas.

Porque a pesar de que Victor, bondadosamente, no se habría opuesto a ninguna aproximación no violenta, no puede negarse que él se ha ido siendo un perfecto autoignorado, no explicado sino implicado (en el sentido que les da a estos términos el físico cuántico David Bohm), un tanto lejano, hipogravitatorio como un globo destinado a descompresionarse en futuras oleadas de entretenimiento, placer, perplejidad y por lo tanto iluminación.
No explicado, digo, aunque es cierto que, en vida, reveló en una obra memorable seis formas aún más memorables de preparar el rape, o, en otra, el placer de orinar mientras por la radio, que tenía oportunamente dispuesta en su cuarto de baño, el publico de un concierto de música clásica le aplaudía con entusiasmo.
Reveló catálogos extraordinarios, bestiarios hilarantes, universos perpendiculares. Reveló, prolijamente, los Hechos Pérez!
Incluso reveló a unos pocos elegidos, entre los que me cuento, y no lo hizo con falsa modestia sino con un aplomo destacable, que su obra favorita entre su vasta producción era un cartel adherido al tablón de anuncios de un bar cualquiera en el que ofrecía Cursos de Autodesprecio, con su número de teléfono repetido en la parte inferior como recortable para los interesados. Cuando asistí al vernissage de esa exposición, no mucha gente había mutilado la obra con la intención de apuntarse a esos cursos, o quizá, por respeto al original, los interesados se habían limitado a anotar su número en la agenda.
O sea que es posible incluso que Victor Nubla transmitiera, y por un precio módico, el secreto profundo del autodesprecio, del que andamos tan escasos y necesitados. Pero me permito dudarlo, pues en su momento también a mí me pasó inadvertida la oportunidad de adquirir esa clave para dar un salto cualitativo en mi vida y ahora ya es demasiado tarde, porque Victor ha soltado el lapicero y porque lo mejor de su legado era, y con ello creo llegar al epicentro de esta cromológica -que no necrológica-, de naturaleza inefable, intrascribible, irrepetible e indemostrable.

He dicho antes que Victor era un socialite sin insinuar que alguien como él podría o debería haber sido un misántropo, a pesar de que sus autoediciones más lujosas se llamaban justamente Biblioteca para misántropos. Al contrario, era perfectamente adecuado a su temperamento mediterráneo (en el sentido también de pertenecer al justo medio de la tierra) promover o apoyar actividades que tuvieran como objetivo expandir la calidad perceptiva, la inteligencia y la tolerancia de sus vecinos, o de los curiosos llegados desde otros puntos de la ciudad o del planeta.
Dicha sea la palabra tolerancia sin implicar que su música era difícil o malsonante. Su música era lo que era: un ensayo contra la rueda, un refinado tratado sobre los frenos, una sinfonía autónoma destinada a generar una teoría de las excepciones musicales.
O, como él escribió refiriéndose por supuesto a otra cosa, su música era, y por fin lo citamos literalmente, ’un elemento de consulta. Un país abierto a la comezón, un método para provocar la sordera. Un codificador. Pan. Diversas formas de manifestar alegría (varias de ellas letales). Coincidencias y el misticismo de las plantas de los pies. La posición vertical inversa. Las raíces en el cielo, el suelo como techo. Las estaciones como desvíos. La temperatura como señal. Algo como substancia y un gato llamado Dionisio’.
Es decir, su música era multiversal, como él, y además no creo que él le prestase ni más ni menos atención que a sí mismo.

Porque, como en el caso de muchos grandes artistas, una de sus mejores obras si no la mejor, fue justo este olvido de sí mismo en que consistió su propia vida. Y su fallecimiento. Y explicaremos por qué: primero, porque Victor no sucumbió a la enfermedad del momento, sino a otra cualquiera, que ignoro, pero que supongo más exclusiva: quizá una de esas formas letales de manifestar alegría que él menciona de forma nada enigmática. Y segundo y aún más importante, su fallecimiento fue una obra de arte en su timing, porque es increíble pensar que a una inteligencia superior como la suya se le escapase el hecho de que la humanidad está entrando en este preciso momento en la última fase del Kaliyuga: la fase de la guerra biológica, cuya finalidad última es, bajo pretexto de defender a la población de sus peligros, el control de la misma por medio del 5G y sus aplicaciones, mejor dicho la transformación de las propias personas en una aplicación para teléfono móvil que se pueda rastrear, procesar y trasplantar al blockchain sin dejarse en el intento ni un uno ni un cero de metadata.
Semejante pretensión totalizante y cuantizante no podía dejar de atacar a un patafísico, es decir a alguien que se ocupa de la elaboración infinita -e imposible por definición- de una ciencia de las excepciones.
Más simple: la transmutación de la cognición humana en una ristra de números es una operación intolerable para un gentleman.
Y eso es lo que él era: aún más que un caballero, un rey de su propio mundo y, por lo tanto, de todos los mundos posibles. Y como un rey, decidió cuándo había llegado el momento de irse con la música a otra parte: el momento a partir del cual ya no se admitirán las excepciones sino que, al contrario, todo serán fabes contades!!!
Y así nos ha dejado a nosotros, amigos, heridos también de muerte, entre las estrellas.
