Bajo el título de Contemplaciones. Seis ensayos, la escritora britànica Zadie Smith publica las reflexiones a las que se entregó cuando el pasado mes de marzo se encontró confinada junto a su familia en su apartamento de Manhattan. Lo reseño en el artículo de más abajo publicado hoy en el Cultura/s de La Vanguardia. Podéis leer el texto íntegro a continuación.

EN OTRO sería una boutade, pero cuando Zadie Smith dice que escribe para tener “algo que hacer”, una sabe que está hablando en serio, que le mueve un afán a un tiempo desmitificador e indagatorio. Y es que no es ninguna banalidad. Es una manera de reconocer el “horror vacui”, de admitir que quizá todas las actividades con las que llenamos nuestra existencia no son sino un modo de huir del pánico al vacío que nos acecha, que es el miedo a nuestra propia finitud, el miedo a la muerte. Y la muerte, de unos meses a esta parte, se ha tornado una presencia real y mucho más próxima.
Tiempo disponible, muerte, desconcierto y temor, conciencia de privilegio… Con todo ello se encuentra la pasada primavera Zadie Smith en el apartamento de Manhattan donde se ve confinada junto a su familia. Y esta vez, la autora de Dientes blancos y Sobre la belleza no recrea un escenario paralelo donde someter a examen su experiencia del mundo (más que un ejercicio de creatividad, la escritura es un ejercicio “de control” de la realidad, siempre caótica y dispersa, dice). Esta vez, Zadie Smith se encomienda a Marco Aurelio y sus Meditaciones como quien acude a un manual de instrucciones para ensamblar una mesa (los clásicos como “asidero práctico”, ¡maravilloso!) y se entrega a la reflexión en torno a todas las cuestiones que le asaltan: el arte y la belleza, por qué escribir, ¿es el Amor lo único que detiene el tiempo?, ¿qué tienen en común y en qué son radicalmente distintos el privilegio y el sufrimiento?, pero también la sanidad pública, el odio y el desprecio en nuestra relación con los otros, o sea, el racismo, el clasismo, o sea, la política (y Trump, también, siempre elidido).
Lo hace con la mirada y los recursos de la narradora y la novelista. Así, destaca el calado de unas reflexiones que no rehúyen la ambigüedad y la paradoja, al contrario, casi se diría que son su razón de ser. Pero se adentra en ellas con el pulso narrativo y la ligereza de la excelente narradora que es, con una capacidad para crear imágenes y analogías que definitivamente la sitúan en el terreno de la literatura. También la estructura de sus ensayos, la forma de aproximarse a los asuntos, a manudo transversal o cultivando la elipsis, y la capacidad para el retrato son las propias de una novelista. Una delicia y un puñado de ideas muy valiosas.