Territori Contemporani, capítol 35
19 martes Mar 2019
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in19 martes Mar 2019
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in08 miércoles Feb 2017
Posted Arte, Cultura, Música, Una habitación propia
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Oriol Vilanova; Peter Hujar; Fazil Say; Fundació Tàpies; Fundación Mapfre; Palau de la Música
Domingo
Así se llama la exposición de Oriol Vilanova en la Fundació Tàpies. Durante años, este artista conceptual ha acudido cada domingo al mercat de Sant Antoni o al rastro de la ciudad donde estuviera y ha comprado una postal. Vistas aéreas de paisajes montañosos, de puertos, de portadas de iglesias, de objetos decorativos de indudable gusto kitsch, de cisnes, de souvenirs… todas son souvenirs, también las puestas de sol, las naranjas, los zoológicos, los paisajes suizos en los que ondea la inequívoca bandera de ese país, los mandatarios… En total ha reunido 34.000 postales de las que expone 27.000, con las que ha cubierto las paredes de dos de los pisos de la fundación, todas situadas en vertical independientemente del sentido en que fue tomada la foto, organizadas por grupos cromáticos y temáticos.
Hay algo en la repetición del gesto del coleccionista, el orden o la pauta que confiere a cualquier vida, que he deseado siempre, quizá porque yo no soy así… También es posible que existan regularidades en mi vida perceptibles para alguien que esté fuera de ella. Hoy percibo mi vida como un fluido. Y no hay desorden en los fluidos sino discurrir… El texto que presenta la exposición habla de ella como de “las ruinas de la sociedad del espectáculo”. Memoria y juego, registro yo. Porque por encima del orden y la repetición sobresale el juego, que indudablemente sigue unas reglas pero siempre es nuevo y admite todos los comienzos y conclusiones. Y fugas.
A apenas unos pasos de allí, la exposición de fotografía de Peter Hujar en la Fundación Mapfre es en cierto modo la antítesis de la de Oriol Vilanova. Leo que en su última exposición en vida, en 1986, Hujar expuso setenta fotografías muy juntas y en dos filas componiendo una suerte de friso, de modo que no hubiera dos fotos con el mismo motivo juntas (retratos, naturalezas muertas, paisajes, animales…). El artista pretendía así “minimizar la tentación del espectador de comparar y buscar diferencias”, pues “más que servir como variaciones sobre un asunto común, todos y cada uno de sus temas tenían un papel original, único”. Y lo cierto es que no importa si lo que está ante el objetivo del fotógrafo es una vaca, un edificio, una silla sobre la que se ha dejado una manta o una persona mirando a cámara de frente o, como es muy frecuente, desde la horizontalidad de una cama o un colchón: todos tienen el mismo peso específico, la misma incuestionable entidad. Las fotografías de Hujar tienen, como sostiene A., una “solidez” que las distingue, que el fotógrafo reconoce en los sujetos y las cosas y captura y definitivamente ancla a tierra. A mí se me hace evidente también que Hujar es un outsider genuino e irremediable, un raro, un solitario, alguien que va por libre porque no sabe hacerlo de otro modo, ajeno a escuelas y movimientos. Y su singularidad y ese peso específico que sabe hallar en todo aquello que mira sacándolo por un instante y para siempre de la corriente del tiempo, hacen de su fotografía algo realmente muy bello. Como la paz que comunican algunos de sus retratados. Susan Sontag nunca desprendió esa beatitud ni estuvo tan bella.
Domingo, 14.20 h. Hace viento fuera de la Fundación Mapfre. Viajo de pie en el vagón de metro, con la espalda apoyada en una de las barras centrales. La vista sobre los hombros del resto de los viajeros y la profundidad del vagón me producen la sensación de tener ante mí un sistema montañoso y por unos minutos no necesito nada, no pienso nada, contemplo a la muchedumbre como si contemplara un paisaje. Antes, miro insistentemente a un chico joven frente a mí, sus gafas geométricas estilo decó y sus piercings capturan mi mirada… Pienso en Hg. Me gustaba escribirle y recibir mensajes obscenos en el metro, rodeada de desconocidos. A él también.
Sábado
Es fascinante escuchar y ver tocar a Fazil Say, que actúa con la Simfònica del Vallès en el Palau de la Música. Primero Silence of Anatolia, una composición suya. Qué papel el de Rubén Gimeno, el director, pienso, qué difícil, porque el pianista genial manda mucho y dirige a la orquesta desde la banqueta. Y no sólo su obra, poderosa, atmosférica, también el concierto para piano de Mozart, el núm. 23 en La mayor, que hace suyo como si de otra de sus obras se tratara, y realmente es una felicidad escucharlo y es perceptible en el auditorio. Dice F. que tiene cara de psicópata. Bromea. Pero tiene cara de loco, de trance, cuando actúa.
En la fiesta miro al hombre guapo apenas unos metros delante de mí. Es obviamente guapo, y su expresión soñolienta, sexy, el cuerpo con algunos kilos de más es deseable, no sé si porque él tiene menos de cuarenta años o porque soy yo quien tiene más de cuarenta (cuando era muy joven me gustaban flacos), y ese acento… que inevitablemente asocio a mi amante reciente. Pero, ¿qué dirá la princesa al abrir los labios?
02 domingo Oct 2016
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inEste medio día, en Nollegiu, en esa maravillosa segunda planta, el suelo enmoquetado, la escalera que sube en un círculo abierto, los antiguos probadores y ese hálito que persiste de ámbito femenino, de infancia, de espacio laxo y protegido, allí, Marina Oroza ha encarnado sus poemas, porque no es performer, ni recita ni lee sino que encarna su poesía, y eso andaba ella buscando y hemos encontrado jugando entre unas y otras de las que estábamos, porque no programáticamente pero éramos todas mujeres, también Margot, y al girar una esquina un edificio que anuncia en lo alto “banc de sang i teixits” y que ha respondido cual oráculo moderno, para nuestra sorpresa, no de la enfermera, no de la científica, sangre, tejidos, esto es real, como el libro de Marina, como la poesía encarnada, ¿cómo no sorprenderse habituadas a los flujos financieros y el lenguaje vacío?
Luego, el domingo ha proseguido con calma, luminoso, entre nubes, frente al mar, con arroz, vino, conversación, risas, el biberón.
31 domingo Jul 2016
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inMO dice: a Madrid hay que ir a ver pintura, a ver el cielo y a tomarse unas cañas con los amigos. Y eso hice… Aunque MO, entonces, aún no me lo había dicho.
El libro llevaba años en mi librería. Había resistido más de una purga, pero no lo había leído. Las escasas veces en que lo había abierto, no me había interpelado. No le había llegado su momento. Ahora entiendo que su momento era éste. Como el mío.
La noche en que abrí el libro y encontré mi sueño, un sueño reciente profundamente angustioso, me dio un vuelco el corazón. Sentí miedo. Pero fue el miedo que produce el descubrir la trama subterránea las cosas. Al miedo le sucedió una gran tranquilidad. Y la certeza de haber cambiado de lugar, de haber traspasado un umbral… De pronto, todo lo sucedido en este difícil mes de julio cobraba sentido.
También la emoción que sentí mirando el cuadro “David vencedor de Goliat” de Caravaggio en el museo Thyssen. David, cuya expresión es de profundo compromiso con su cometido. Eso fue lo que me emocionó. No tiene cara ni temerosa ni de victoria, sino que muestra una gran concentración. Es costoso, pero ahí está, sin la menor duda, la cabeza de “la bestia” yace en el suelo. A diferencia de cómo retratan otros pintores la cabeza de Goliat, más cercana a la cabeza de una escultura, aquí no hay duda de que es la de un hombre, un hombre fuerte y cruel, que ha sido derrotado. Pero yo miro y honro el rostro y la expresión de David, que es la de la rendición a sí mismo y no al enemigo, a su cometido, a su destino. El rostro de quien se entrega, seria y humildemente, con determinación y coraje, a su tarea, la que quiera que sea, libremente elegida.
Me conmueve también el cuerpo joven y perfecto de “San Juan Bautista en el desierto”. Está en la cima de su juventud y su belleza, y esa blancura de la piel es el heraldo del propio tiempo inclemente que la amenaza, que la arruinará… Ese esplendor en trance de desaparecer y esa expresión obstinada de San Juan Bautista, resistiéndose, son profundamente conmovedores. No es la expresión de David, sin embargo, es un mohín de juventud. Ahí reside su fuerza, pero aún no ha aprendido a dirigirla.
Y me emociona la blancura de la piel del joven que se muestra en escorzo en el cuadro “Los músicos”. Es esa precisa blancura de los cuerpos de Caravaggio, su tersura, su morbidez (además de la expresión del rostro de David) la que me hace sentir el tiempo, o la fragilidad humana y la dignidad de la resistencia frente a todo lo que se le opone. Resultan conmovedores los rostros de los otros dos jóvenes, su ensoñación, su expresión dulcemente interrogativa, pero casi invitarían a levantarles nuestra voz adulta, a decirles: “¡atentos!”. Es el cuerpo del muchacho en escorzo el que más hondamente me conmueve, se aplica en leer la partitura, está concentrado mientras expone su delicado y blanquísimo hombro al público, su corazón, apenas protegido por el brazo… Recordándonos, quizá, que hay que aceptar el riesgo. Uno debe de rendirse humildemente a su tarea, estar atento, aprender a canalizar la creatividad y la fuerza… pero hay que saber aceptar el riesgo. Es parte del trato.
Pasé el día siguiente en el Prado, viendo otros cuadros de los grandes maestros. Contemplando toda la belleza y la verdad que contienen, conversando con ellos, tomando notas en mi cuaderno, como si todo aquel día fuera un reconocimiento y una reconciliación conmigo misma, con la que soy y como soy: la que mira atentamente las obras de creación y dialoga con ellas, la que crea también en conversación con los otros, con algunos otros, con quienes la interpelan. Y podría traer aquí a colación algunas de aquellas obras, un maravilloso “bodegón con cacharros” de Zurbarán que no conocía y que me transmitió una gran serenidad, y tantas otras obras de Velázquez, de Goya, de José de Ribera, de El Greco, de Rubens… Me sentí bendecida. Fue una mañana muy hermosa. Fue sanador.
12 domingo Jun 2016
«Declaro que un matí radiant, ja no sé exactament a quina hora, com que em va venir de gust anar a fer una passejada, em vaig plantar el barret al cap, vaig abandonar l’habitació dels escrits o dels esperits, i vaig baixar l’escala per sortir amb pas decidit cap al carrer. […] Esperava alegrement amb emoció tot el que em pogués trobar durant el passeig.»
El passeig, Robert Walser
Amb aquest esperit vaig abandonar la meva particular habitació dels escrits o dels esperits un dijous al matí, assolellat. No vaig caminar, sinó que vaig pujar en una bicicleta i vaig enfilar cap a Montjuïc. Havia decidit fer una passejada per una exposició en companyia de Fede Montornés, crític d’art i comissari independent, melòman i amic. Aquesta passejada seria la meva aproximació a l’obra de Modest Mussorgski Quadres d’una exposició, que al seu torn havia estat la manera de Mussorgski d’aproximar-se a les deu pintures que formaven l’exposició del seu amic Víktor Hartmann, pintor i arquitecte […]. Continuar llegint.
Article publicat en el programa Impressions entre bastidors de l’Orquestra Simfònica del Vallès amb motiu del concert Quadres d’una exposició, celebrat l’11 de juny al Palau de la Música.
30 sábado Ene 2016
Decenas de cajas descubiertas en un sótano de París dan vida al libro sobre el marchante de arte asiático más importante de principios del siglo XX. Entrevisto a Géraldine Lenain, experta en arte asiático y autora del libro, para el Cultura/s de La Vanguardia.
Leer entrevista completa aquí.
07 sábado Mar 2015
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Argentina, Baltasar Garzón, Bolivia, Chile, dictaduras, fotografía, Joao Pina, Jon Lee Anderson, libro Cóndor, Operación Cóndor, Paraguay, terrorismo de estado, Uruguay
En noviembre de 1975 se celebró en Santiago de Chile una reunión de carácter secreto entre los mandos militares de Chile, Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay y Paraguay -entonces dictaduras de extrema derecha todas ellas- con el fin de crear lo que sería una organización internacional de terrorismo de estado: el plan Cóndor (…) Durante ocho años, el fotógrafo portugués Joao Pina (Lisboa, 1980) ha recorrido los escenarios de aquellos crímenes. El proyecto concluye ahora con la publicación del libro Cóndor a cargo de la editorial Blume (…) Leer el reportaje completo aquí.
Publicado en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia.
16 domingo Mar 2014
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estrany-de la mota, Fede Montornés, Gonzalo Elvira, José Antonio Hernández-Díez, José Damasceno, Meyer Vaisman, Patricia Esquivias, Sara Ramo, Textura/Trama/Abstracción, Wilfredo Prieto
Tres categorías formales: textura, trama, abstracción. ¿Seguro? ¿Qué es una textura sino un tejido, un texto, una narración? ¿Qué es una trama? Lo más interesante de la exposición comisariada por Fede Montornés que se inauguró ayer en la galería Estrany de la Mota es su permanente y espontánea fuga hacia la narratividad a partir de un planteamiento puramente (o tal vez sólo en apariencia) formal. Una fuga íntimamente vinculada a la naturaleza orgánica a la que remiten las formas y los materiales.
Es una propuesta valiente y muy oportuna esta concepción abiertamente formalista, en un momento en que la supuesta o aparente democratización de la expresión artística tiende a reducirla a experiencia de producción y consumo, a práctica fuertemente vinculada a la definición del yo pero más desde una perspectiva de autocontrol y sometimiento a la moda que de ejercicio de libertad e indagación.
Sin embargo, lo que realmente me ha interpelado de la propuesta de Montornés es que, de algún modo, todas aquellas obras y, desde luego, todas ellas vistas en su conjunto, no hacían sino recordarme, desde la abstracción, que somos seres narrativos. Que precisamos de la creación de narraciones (tramas) que nos sostengan y doten de sentido a nuestra experiencia.
Nos las construimos desde luego con la ropa que vestimos (José Antonio Hernández-Díez), pero también la sucesión de delgadísimos trazos verticales, horizontales y oblicuos alternando el color rojo y negro de los cuadros de Gonzalo Elvira que nos remiten a un código binario, a un sistema de cómputo, contienen una narración en ese afán por registrar el tiempo. Y a su vez, esta última tentativa y la forma gráfica que adopta, sugieren al espectador distintas narraciones, alguna de las cuales podría incluso coincidir con la que el artista nos relata a un grupo de asistentes: que esos dibujos dan forma a una lectura, a un trabajo de investigación de índole personal que parte del descubrimiento de un paralelismo entre los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona y otros acaecidos en Buenos Aires, ciudad de la que viene y a la que fueron a parar anarquistas de muy distinta procedencia y que han dejado el color de sus banderas en esos trazos, como el número de las leyes que los condenaron o el cómputo del tiempo que pasaron en prisión… Pero nada de eso importa, es decir, todo eso le importa a Gonzalo Elvira y a los protagonistas de aquellas historias y nos concierne a todos, claro, pero lo que de verdad importa es hallar nuestra propia conexión con esas líneas delgadas como individuos vistos desde muy lejos, dese cualquier otro tiempo o lugar…
La escritura, también el trazo del artista sobre una superficie, es siempre una forma de (re)conocimiento. El persistente trazo de Meyer Vaisman tras lo que parecen marcos de puertas y ventanas y que semeja la trama de un tejido, no es sino su firma mil veces repetida en una incesante búsqueda de reconocimiento, probablemente propio y ajeno, lo que a su vez se abre inevitablemente a la narración de su vida, de su circunstancia… o a la de cualquiera de quienes observamos esa búsqueda.
Narraciones hay también tras los remolinos que succionan las fechas de los calendarios de Sara Ramo o tras esa falda, cabellera o pubis tejido por con tiras de las omnipresentes noticias de economía del periódico, tras los trazos que parten de distintos puntos pero reiteradamente confluyen en uno solo de José Damasceno, y en la huella que queda en lo que parece el mantel de papel de una fiesta infantil de cumpleaños (José Antonio Hernández-Díez). También esos mosaicos de Patricia Esquivias me parecen una suerte de modestos diarios personales en los que, pieza a pieza, va dando cuenta de algo, va componiendo una trama que dé a ver el paso de los días, deja un rastro que persista.
El rastro, la necesidad de pautar el espacio, el tiempo, se expande hasta el suelo de la galería (Wilfredo Prieto)…
19 domingo Ene 2014
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estrany-de la mota, hans-peter feldmann, projectesd, Sergi Aguilar
No sé qué fue. Llegué completamente virgen. Por no saber, no sabía ni el nombre del artista cuya exposición iba a ver. Sencillamente, había quedado allí con F. y sentía curiosidad. Bendita curiosidad. Como no conocía a nadie, salvo a F., que hablaba con amigos o conocidos, pude dedicarme tranquilamente a ver lo que se mostraba, primero sin acompañamiento de ninguna clase, luego con la dosis justa de alcohol que, digámoslo así, derriba barreras a la asociación libre. O tal vez simplemente proporciona una agradable y particular distorsión.
Lo cierto es que me sentí bien. De pronto sentí una gran simpatía, cariño, incluso, por la persona que había hecho aquel trabajo, por el artista, vaya. Digo que no sé qué fue y no pretendo que esto constituya ningún tipo de crítica de arte. Esto es mi cuaderno. Mi diario. Por algún motivo que desconozco sentí que quien había construido y dispuesto aquellos objetos y fotografías en aquella sala trataba de cuidarse, cartografiaba de algún modo el espacio, el espacio a habitar, este espacio inhóspito en el que andamos, lo reconocía, lo humanizaba. Sí, no era tanto una cuestión de reconocer como de humanizar, de hacer del entorno algo que cuide y no que agreda. Y ahí, en ese trabajo de cuidarse, no desde el estéril egoísmo contemporáneo sino desde el reconocimiento de la fragilidad propia y de todos nosotros, es donde sentí una honda simpatía, proximidad, por el creador de aquel mundo precario.
¿Fue el uso de un material como la escayola, como me sugirió F., lo que disparó esa percepción del cuidarse en mi interior? Es probable, ¿por qué no? Pero eso, creo, tendría mucho sentido. Y el tamaño de aquellos suaves montículos blancos, la dimensión de todo, en verdad, la pequeña escala, la delgadez de los hilos, la equilibrada disposición de planos y secciones en la pared, y aquella suerte de refugio endeble, de pequeña dimensión también, una maqueta, a escasos centímetros del suelo, que automáticamente me trajo a los labios el título de aquella película, Take Shelter. Pero esto no era un refugio nuclear construido por un hombre neuróticamente asustado. Aquí había alguien tratando de evitar aquel abismo.
El artista es Sergi Aguilar y la galería es Estrany – de la Mota, de donde procede la fotografía de más arriba. Luego acudimos a otra exposición apenas unos números más arriba o más abajo en el mismo pasaje con naranjos del Ensanche. Allí había otra exposición en miniatura, radicalmente distinta, muy bella: una serie de sellos que reproducían desnudos femeninos de grandes pintores dispuestos en una hilera a lo largo de tres de las paredes de la sala de la galería ProjectesD. Me dijo F. que el autor de la obra, Hans-Peter Feldmann, suele llevar a cabo este tipo de trabajos a partir de series de objetos lo que, en su radical diferencia con lo que acabábamos de ver, me hizo traerlo, no obstante, hacia el mismo territorio sensible, pues aquella colección del artista me transmitía esa misma idea de construirse un espacio propio. Y pensé que en este tiempo precario e inhóspito en el que vivimos, el arte puede o necesita sin duda expresar el dolor y el desasosiego que ello produce, pero también, por fortuna, algunas maneras de sostenerse.