
9 h. Entro en una oficina bancaria donde tengo una cuenta. Mientras espero a que el empleado realice la gestión que solicito, cojo uno de los folletos publicitarios de los servicios que oferta el banco. Por hacer tiempo. Mi condición de precarizada hace que nunca me interese nada. Quien no sabe si va siquiera a poder pagar el alquiler, ¿cómo va a pensar en una cuenta de ahorro o un plan de pensiones? El folleto de hoy, sin embargo, sí despierta mi interés: “Per a què serveixen els diners? 3ª. edició del Concurs de Dibuix Infantil”. Letras blancas sobre fondo azul en un bocadillo que sale de las boquitas de dos niños pequeños que podrían ser los protagonistas de un cuento infantil contemporáneo: grandes cabezas y ojos grandes, trazos simples, colores básicos. Al lado, un gatito. Un dibujo encantador. La desfachatez, el descaro, la repugnante manipulación empieza ahí, pero no termina. La guinda del folleto es este párrafo dirigido a los padres: “El nostre concurs de dibuix és una oportunitat per ensenyar als petits de casa valors com l’esforç, la constància o la importància de l’estalvi d’una manera entretinguda i divertida”.
Los bancos, con el consentimiento de toda la clase política dirigente, que se ha plegado a su voluntad, son los principales responsables de la actual crisis económica mundial, la peor desde los años treinta del siglo pasado, la que está causando el empobrecimiento real de todos nosotros y un aumento de la desigualdad inédito en nuestras sociedades, la que ha roto el pacto en el que se fundaba no sólo nuestro estado del bienestar sino la propia democracia. Un pacto según el cual los más ricos cedían una parte de su riqueza a los menos ricos a cambio de evitar la revolución y mantener el orden social establecido. La sorpresa ha sido que la revolución de baja intensidad (¿?) en la que estamos inmersos la han declarado los ricos, que en un determinado momento no han tenido bastante y han roto el acuerdo, como muy certeramente ha sabido ver Antonio Baños. Como resultado, no sólo están tensando las cuerdas del sistema hasta el límite, están dando al traste con la democracia que dicen abanderar (ya nos temíamos que sólo nominalmente). Porque cuando las decisiones que afectan a nuestra vida cotidiana las toman políticos y financieros a los que no hemos elegido, se prescinde de la democracia, y eso es lo que está pasando actualmente en Europa con el diktat alemán.
Inepcia y avaricia
Lo peor de todo es que el motivo por el que nos están hundiendo en la miseria ni siquiera ha sido la inepcia, sino la pura avaricia. Pero la cosa va más lejos. La avaricia, al fin y al cabo, en un sistema que tiene como mandato la maximización del beneficio, puede entenderse como derivada de ese propio mandato, acorde con las reglas del juego. Pero lo cierto es que acicateados por esa avaricia se han saltado las reglas del juego que nos pretenden imponer a todos los demás. Esos que ahora pretenden abanderar valores como “el esfuerzo, la constancia o la importancia del ahorro”, han sido unos tramposos. Mi amiga Berta me recordaba la otra noche que el lema de otro banco hace apenas unos años era: “lo veo, lo quiero, lo tengo”. Motivados por la ganancia rápida y ajenos a cualquier conciencia de responsabilidad social, han concedido créditos con un elevado riesgo de no poderse cobrar a sabiendas, créditos que han convertido en productos financieros opacos que vendían sucesivamente generando valor financiero donde el valor real (si acaso aún sabemos lo que eso significa) era inexistente o muy inferior; en fin, ya conocen ustedes la dinámica. Para ello, no sólo han actuado con una flagrante falta de ética, sino de modo fraudulento. En nuestras sofisticadas sociedades, se supone que tenemos leyes para hacer valer unas normas éticas sobre las que hay un acuerdo general. Pero, como saben ustedes, los responsables no sólo no están en la cárcel, sino que en el mejor de los casos se han ido a su casa con un astronómico premio de consolación. Acto seguido, por la vía de las subvenciones directas, de las subidas de impuestos, de los recortes en servicios públicos, todos nosotros estamos pagando el desfalco. Porque en suma, esto no está siendo sino una gran operación de redistribución de la riqueza a favor de los más ricos. Por cierto que les recuerdo que las reglas de este juego en el que estamos dicen que el que pierde debe abandonar la partida, es más, que el propio mercado-árbitro, expulsa al incompetente. Pero como saben, estos grandes defraudadores en términos legales e incompetentes en términos de mercado no sólo no han sido expulsados del juego sino que han sido premiados. El sistema está en plena decadencia. Las nuevas reglas del juego del capitalismo decadente y fraudulento son: privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas.
A pesar de que el robo es sangrante y de todos sabido, la inercia de tantos años respetando a los banqueros y a los políticos en tanto que élites poderosas y, por ello, respetables, es demasiado fuerte, amén de la constante labor que pretende convencernos de que no hay responsables sino que esto no es más que una característica del sistema, que es cíclico, y que ahora vienen mal dadas o, como mucho, que los responsables “somos todos”, según esa idea de que “todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” (digamos que unos más que otros, y que los unos han cometido ilegalidades y los otros no). En fin, a pesar de ello, no ha estallado la revuelta social salvo puntualmente, pero los bancos, conservadores hasta que han dejado de serlo para ganar dinero a espuertas, como hemos visto, han sacado lo más genuino de sus entretelas, o sea, el conservadurismo, y se han lanzado a toda una serie de campañas de marketing para hacer prevalecer la imagen hasta hace poco instaurada en el imaginario colectivo o, tal vez, en su propio imaginario: la de que eran personas decentes y de orden, adalides del esfuerzo y la constancia. Y ahora emprenden campañas en las que apelan al “seny” y pretenden que perpetuemos el statu quo contándoles a nuestros hijos cuentos edulcorados que no describen la realidad.
Decir la verdad
Pues no señores. Yo no les voy a hacer ese juego. Aunque sea una pequeña parte del juego, la mínima en la que puedo no participar. Ustedes desearían recibir cientos de dibujos de niños en los que ellos, con su inocencia y sentido elemental del funcionamiento de las cosas y de la justicia, dibujaran a cientos de tenderos y personas sonrientes intercambiando tomates, coches, globos o filetes en coloridos mercados. Así deberían ser las cosas, en efecto. Pero así no son ni han sido. Creo que mi hijo o bien se echaría a llorar o bien estallaría en cólera si le explicara que hay personas a las que echan de su casa porque un día alguien les prestó mucho dinero para comprar una casa que les dijeron que valía mucho y ahora resulta que aunque esos mismos les dicen que la casa vale mucho menos a ellos les siguen debiendo el mismo dinero y en cualquier caso tampoco tienen nada para pagar porque no tienen trabajo, y no tienen trabajo porque cada vez hay menos dinero para pagar su trabajo porque, de algún modo, ese dinero se lo llevaron o se lo están llevando los prestamistas. No. No podemos hacerles dibujar a nuestros hijos la realidad de los bancos porque es demasiado cruel, demasiado injusta o de perfiles demasiado difusos. Y me niego a participar nada menos que con nuestros hijos en su lavado de cara. Porque a los niños hay que decirles la verdad. Y la verdad es que los valores como el esfuerzo y la constancia, y muchos otros de gran importancia, han sido completamente ajenos en los últimos tiempos a quienes gobiernan los bancos, los gobiernos y otras grandes empresas.
Pese a ellos, le deseo a mi hijo y a todos nosotros lo mejor para el 2013. ¡Salud!