
Anoche vi en la Sala Hiroshima -que descubro y celebro si lo de ayer marca el riesgo y el interés de las propuestas- “Hostiando a M”, de Agnès Mateus, un cabaret acerca de la violencia que nos rodea, según explica la autora e intérprete. Desde que escuché el nombre del espectáculo -¿quién no tiene ganas de dar un par de hostias a alguien, incluso a más de uno/a?- y la vi a ella en un tráiler con ese aire de personaje entre Tarantino y Almodóvar, o entre Uma Thurman y Rosi de Palma, supe que tenía que verla. Lo conseguí de casualidad, porque agotaron localidades.
A riesgo de ganarme un par de hostias por pedante, lo digo: “Hostiando a M” es iconoclasta, incluso subersiva, adrenalínica. ¿Causar malestar hoy? Difícil, pero Agnés Mateus lo logra. También provoca risa. Y el enorme placer de dar unas cuantas hostias aunque sea por delegación, de romper la vajilla contra el suelo, de pegar unos cuántos tiros (esto da miedo)… ¿Apología de la violencia? ¡No! Estallido de violencia, poner en escena lo que está bajo la alfombra, bajo la piel, tras de los muros, toda la grandísima violencia que a veces emerge de manera monstruosa y es aprovechada para reclamar el consenso, el consenso que permita seguir ejerciendo la violencia, otra violencia pero mucha violencia… Difícil hablar de esto precisamente en estos días sin que se te acuse de justificar lo injustificable.
El montaje de Agnés Mateus (cabaret, performance, monólogo, tutti inseme, qué más da, importa la gran plasticidad y eficacia del conjunto) no es perfecto, algunas de las reflexiones son poco elaboradas o caen en algunos lugares comunes, pero el conjunto es hermoso y demoledor, como ella misma, de una gran fuerza visual, con hallazgos llenos de inteligencia y sutileza en un escenario en el que estallan bombas. Como ese elocuente prólogo calzando rodilleras que provoca el desconcierto inicial para hacernos caer de bruces exactamente allí donde nos encontramos todos; ese embutirse en un asfixiante vestido de cinta aislante y convertirse en bomba sexual, sí, en objeto en serio riesgo de estallar bajo la mirada de los otros, los focos, los bisturíes, uf, ¡puro esperpento!; ese número musical “El trabajo nos hará libres”, el mejor y más duradero eslogan publicitario, que aquí suena en modo catarsis trash metal punk tras un número en un registro radicalmente contrario en la forma, sólo, como el que le sucede, donde asoma no ya la sensualidad (que no asoma, que es visible) sino la delicadeza, también, de esa potente mujer que hay en escena… Porque Agnés Mateus no da tregua, como no nos la dan a ninguno de nosotros. Al final, la basura bajo la alfombra, un perro de porcelana y sigamos para bingo… hasta el próximo estallido de violencia, no queremos héroes, ¿quién será el próximo mártir?