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Annie Ernaux, autoficción, Cabaret Voltaire, El uso de la foto, La mujer helada, Los años, Memoria de chica, No he salido de mi noche, Premio Formentor

El prestigioso premio Formentor ha reconocido este año la trayectoria de la escritora francesa Annie Ernaux, precursora de la literatura del yo. Trazo su perfil en un artículo publicado en el Cultura/s de La Vanguardia, donde también recorro la historia de este premio y mítico encuentro literario que cada año cierra el verano desde el enclave mallorquín. Podéis leer el artículo a continuación.
Nacida en la localidad normanda de Lillebonne en 1940, Annie Ernaux es autora de una veintena de libros de carácter eminentemente autobiográfico, entre los que destacan títulos como El lugar, La vergüenza, El acontecimiento, La mujer helada, Memoria de chica, No he salido de mi noche, El uso de la foto o Los años; los cinco últimos publicados en España por Cabaret Voltaire.
De lenguaje desnudo y naturaleza intimista, la escritura de Ernaux reviste un perfil singular dentro del panorama de la autoficción o literatura del yo (categorías, por cierto, en las que rehúsa encuadrarse). Esa singularidad probablemente radica en la distancia que la autora parece tomar de la persona que es o que fue cuando la aborda literariamente y que a veces se traduce en el uso de la tercera persona. Un distanciamiento del que también da fe el lenguaje directo y despojado, antirretórico. No hay complacencia ni nostalgia en su relato sino voluntad de comprender, de aprehender la realidad, lo acontecido, lo que se oculta o se escamotea: el deseo, la vergüenza, el tiempo, ejes que articulan su escritura. La autora conjuga constantemente la necesidad de conocer cómo operan esas pulsiones y dimensiones que contienen la vida, y la voluntad de trascender la vivencia individual para alcanzar la historia colectiva, un mecanismo que es especialmente visible en Los años.
Desdoblamiento
En Memoria de chica, Annie Ernaux se sumerge en el verano de 1958, el de su primera noche con un hombre, en la colonia de S, en el Orne. Una noche que iba constituir un “agujero incalificable” en el tejido de la memoria. Y sin duda lo más interesante de este breve pero magistral libro sea la coexistencia en la narración de las dos identidades de la autora: la de sus dieciocho años y la actual. Ernaux renuncia a fundir a ambas en un solo “yo” y opta por disociar a la primera de la segunda con el fin de “explorar el abismo entre la espantosa realidad de lo que ocurre, en el momento en que ocurre y la extraña realidad que reviste, años después, lo que ha ocurrido”. Una voluntad pues de desentrañar la verdad que Ernaux entiende como la mayor fidelidad posible a la realidad (de lo sucedido, de lo sentido) a través del lenguaje.
Esa contraposición de voces que encontramos en Memoria de chica adopta en El uso de la foto diversas formas: la existencia de dos miradas, una pasada y otra actual, pero también la suya y la de su amante. El origen de este singular e importante libro está en el deseo de la autora de fotografiar el paisaje tras el amor: la suerte de bodegón o naturaleza muerta que, a la mañana siguiente, conforman la mesa con los restos de la cena, las sillas desplazadas, la ropa revuelta y tirada en cualquier parte que atestigua la urgencia de los cuerpos al desprenderse de ella… Hay algo profundamente liberador e incluso subversivo en el artefacto de Ernaux: la historia de la que se da cuenta a través de la sucesión de fotos y las correspondientes narraciones en las que se alternan las voces de la escritora y de su amante, el también escritor Marc Marie, es la de una pasión amorosa en el momento en que ella, una mujer de sesenta y tres años, veinte años mayor que él, sufre un cáncer de pecho. Lo que en el imaginario convencional es un periodo de enfermedad y sufrimiento, asociado a la muerte y en las antípodas del erotismo, es aquí el momento de la vivencia de una pasión amorosa, de un cuerpo que es mostrado a un tiempo intervenido y deseado.
Huellas
Historia de amor, relato erótico, suerte de ensayo acerca del uso y los límites de la fotografía, indagación en torno a la enfermedad, la muerte y el deseo, en torno al paso del tiempo. Son temas recurrentes en Ernaux, como la construcción de una identidad, la necesidad de emancipación de la familia y de la sociedad, centrales en Memoria de chica, La mujer helada; o la vejez, la decadencia del cuerpo y de la mente, la necesidad del otro y el cuidado o la transformación de la relación con nuestros padres a lo largo de la vida que aborda en No he salido de mi noche, el diario donde la autora consignaba sus impresiones al regresar a casa tras visitar a su madre, enferma de alzhéimer, en la clínica geriátrica en la que pasó los dos últimos años de su vida. Asuntos que siempre se inscriben en un contexto social, el de la protagonista, el nuestro, del que se nos entrega un retrato en forma de huella o huecograbado. Por su parte, La mujer helada, considerado uno de sus libros más representativos, es el relato de una transformación, de niña libre y que tiene como referente a una madre fuerte procedente del entorno rural y liberada de algunas de las convenciones sociales de la época, a mujer adulta, burguesa, que acepta las convenciones y, por lo tanto, es mucho menos libre. La renuncia a esa libertad es lo que la convierte en una mujer helada. El libro es el relato de lo que la propia Ernaux hubiera podido ser o, mejor, de la que fue en parte y de la que se deshizo, justamente, a través de la escritura.
Aunque la obra de Ernaux resulte radicalmente feminista, sería erróneo encuadrar a esta escritora nacida en provincias y residente en Cergy, voluntariamente apartada de los cenáculos culturales de la capital, en esa u otra categoría. La misma vocación de autenticidad que caracteriza su prosa tiene su traducción moral en lo que parece ser una irreductible voluntad de ser ella misma, sin plegarse a ninguna prescripción o ideología, únicamente fiel la verdad de la (su) vida. Y es precisamente esa actitud la que resulta profundamente liberadora y emocionante, y la que explica su altura literaria.
La conspiración Formentor
A lo largo de 90 años, el enclave de Formentor en la isla de Mallorca ha mantenido un vínculo con la cultura literaria y cosmopolita de una continuidad excepcional en el panorama español. Hoy, el ya mítico hotel Formentor sigue auspiciando el premio literario homónimo y constituye una suerte de espacio protegido desde un punto de vista paisajístico y cultural.
Un recodo del cabo Formentor, unas vistas espléndidas sobre la bahía de Pollensa, un hotel “más que elegantísimo, exquisito” (según Carlos Barral, que debía de haberse alojado en unos cuantos) y todo, cabo, hotel y el premio que allí se celebra, bajo el signo de Formentor, del trigo -según la etimología-, la luz y el mar. Todo remite a la mediterraneidad, a la belleza del paisaje natural, el mismo que veían los clásicos, aquellos a quienes evoca y quiso convocar Robert Graves algo más hacia el poniente de la isla. Lo dice Basilio Baltasar, presidente del Premio Formentor y director de las Conversaciones Literarias, con quien conversamos una mañana de julio mientras ultima los preparativos para la celebración del evento literario que, a finales septiembre, marcará la clausura definitiva del verano y el comienzo del año académico y editorial. “Es una impresión compartida por todos los que nos reunimos aquí. Este lugar evoca los paisajes que en nuestro imaginario asociamos a la Grecia clásica. Al mismo tiempo, este paisaje conservado pero que parece en trance de desaparecer provoca un sentimiento de nostalgia, la sensación de encuentro con la belleza original”.
Una conspiración estética
Y en medio de esa belleza, un premio y unos encuentros que tienen el carácter de una confabulación: reivindicar la excelencia literaria a través de un puñado de hombres y mujeres que se reúnen para algo tan necesario como perfectamente inútil en términos estrictamente mercantiles: conversar en torno a las obras de la imaginación que fundamentan el tronco de la cultura europea. Ese es el espíritu subyacente al premio y a las conversaciones, las que se celebran desde el año 2011 y las originales, las que arrancaron con las Conversaciones Poéticas organizadas en este mismo hotel por Camilo José Cela en 1959. Y también era el espíritu de una denominada Semana de la Sabiduría, que en el año 1931 y auspiciada por el entonces propietario y fundador del hotel, el abogado y mecenas argentino Adán Diehl, organizaba el conde Keyserling.
Pero volvamos al segundo momento clave de este relato, aquél en el que, según refiere Barral en sus Memorias, “el refinamiento de Camilo José Cela, en funciones de nuevo conde Keyserling, y la generosidad de los propietarios del hotel”, entonces la familia Buadas, “emparentó” a un grupo de editores, escritores y gentes de letras con este rincón de la isla. El escritor gallego había descubierto Mallorca en el año 54 y había decidido fijar allí su residencia. Como editor de la revista Papeles de Son Armadans, Cela convoca en 1959 las Conversaciones Poéticas en Formentor. Uno de los participantes en esas conversaciones es el joven poeta y editor Carlos Barral. Y si la voluntad del futuro nobel era la de reunir a los escritores españoles, los del interior y los del exilio, tratando de salvar el socavón que la guerra civil y la posguerra habían abierto en la cultura española, Barral descubre su propio programa, que no es ajeno al anterior pero va más allá: de una parte, romper el cerco de la literatura y la edición española, aisladas por la censura, de otro, “agrupar a los editores literarios europeos en una verdadera conspiración estética: consolidar los valores de la alta cultura literaria y fundamentar el canon de la narrativa contemporánea”, en palabras de Basilio Baltasar.
Un empeño, el de Barral, que tuvo que vencer las reticencias de editores como Claude Gallimard o Giulio Einaudi, que se debatían entre la voluntad de participar en la empresa literaria a la que los invitaba el entonces (casi) imberbe editor catalán y el temor a que su participación contribuyera a dar una pátina de normalidad a la dictadura. Resolvieron el dilema a favor de su participación, y Formentor, escribe Barral, “se convirtió en una referencia constante para la vanguardia de la edición europea y en el ágora literaria más importante y famosa de la década de los sesenta”. Y todo ello, en pleno franquismo (aunque fuera en casi la más remota de sus esquinas). Si le sumamos los nombres de algunos de los primeros premiados, Jorge Luis Borges, Samuel Becket, Saul Bellow o Witold Gombrowicz , y “los tragos y los baños” que, como reconoce Jorge Herralde, editor que frecuentó aquellos encuentros, amenizaban las conversaciones literarias, no sorprende el halo mítico que aún hoy envuelve la cita literaria. Ni tampoco que en 1962, las Conversaciones acabaran por decreto del régimen franquista. El Premio se prolongó en otros lugares hasta 1967, “cuando se agota la alianza de los editores a causa de los cambios en el mercado editorial, en los derechos de autor y en las perspectivas culturales”, explica Baltasar.
Recuperación
Aquella breve pero brillante aventura dejó una huella importante en la memoria literaria colectiva y en la de las gentes de la isla, que hizo que en el año 2008, cuarenta años después de fallado el último premio Formentor, Simón Pedro Barceló, nuevo propietario del hotel, se pusiera en contacto con el escritor, editor y periodista Basilio Baltasar “para rescatar este pasado ilustre y dar al Premio Formentor una nueva actualidad, prolongando el mismo espíritu que inspiró su origen”, relata Baltasar. Y así, en 2011 y con el mecenazgo de las familias Barceló y Buadas, se recupera el Premio Formentor, que ahora es definitivamente a una trayectoria literaria y no a una obra concreta y ese año premia al escritor mexicano Carlos Fuentes.
Los premiados en las siguientes ediciones, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Roberto Calasso, Alberto Manguel, Mircea Cartarescu y Annie Ernaux, que recogerá el premio el próximo 20 de septiembre, dan idea del firme compromiso artístico del galardón. “La conciencia del hombre contemporáneo se deposita en las grandes obras literarias. La complejidad de la condición humana se comprende y elabora mediante las creaciones del talento narrativo”, afirma Baltasar. En este sentido, Formentor constituiría un cierto canon de la narrativa contemporánea, “el canon de las obras eminentes, las de aquellos artistas que captan el pálpito del alma contemporánea con esmerada habilidad artística”. La calidad de los premiados sin duda explica también el prestigio que hoy mantiene el Premio Formentor, y que traduce la labor de un jurado “que trata de mantenerse ajeno a los caprichos del mercado y a la hipnosis del consentimiento general buscando, exclusivamente, la conciencia artística de lo literario”. Un jurado que, en definitiva, trata de devenir cierta guía, referencia, mapa, que es algo para lo que deberían servir los premios.
Los próximos 20 a 22 de septiembre, un grupo de escritores, lectores, editores y periodistas, amantes de la literatura y firmes creyentes en lo que Nuccio Ordine llama “la utilidad de lo inútil”, se reunirán en el bellísimo enclave del hotel Formentor para conversar, esta vez, acerca de bestias y monstruos y el papel central que esas oscuras criaturas han desempeñado en imaginación literaria y para señalar y celebrar la trayectoria literaria de la escritora Annie Ernaux, que con su acerada y transparente escritura toma el relevo este año en esa cadena de nombres que marcan el mapa de la mejor creación literaria.