Teffi fue una escritora extraordinariamente popular en la Rusia prerrevolucionaria, admirada por personajes tan dispares como Lenin o el zar Nicolás II. En mi último artículo para el Cultura/s de La Vanguardia, reseño sus emblemáticas Memorias, recientemente publicadas por Libros del Asteroide. Podéis leer la reseña más abajo.


Teffi, seudónimo de Nadezhda Alexándrovna Lójvitskaya (San Petersburgo, 1872 – París, 1952), nació en una familia noble y amante de la literatura. Ella y sus tres hermanas fueron escritoras, aunque fue Teffi la que alcanzó mayor popularidad. En la Rusia prerrevolucionaria había incluso perfumes y caramelos con su nombre, y era admirada por personajes tan dispares como Lenino el zar Nicolás II. Escribía en el Satirikón, una de las revistas satíricas que florecieron en la convulsa sociedad rusa de principios de siglo, y en el popular periódico La palabra rusa.Fue una autora prolífica y una maestra del género breve, ya se tratara de cuentos, obras de teatro de un solo acto o los folletines que publicaba por entregas en la prensa. Partidaria de la revolución en sus inicios, pronto se distanció de los bolcheviques.
Precisamente, estas emblemáticas Memorias, recientemente editadas por Libros del Asteroide, dan cuenta del periplo que en 1918 la llevó de Moscú a Estambul huyendo de la guerra civil; un viaje que acabaría en París en 1920, donde vivió exiliada hasta su muerte en 1952. Quizá lo más notable de estas memorias sea su tono, y el estilo del que forma parte; un tono ligero y desafectado que resulta particularmente llamativo en un relato que rememora un viaje en plena guerra, donde la narradora pasa miedo, frío y hambre y, desde luego, mucho cansancio e incomodidad. Pero se diría que esa ligereza, que nada tiene que ver con la banalidad sino con la vitalidad y un profundísimo sentido del humor, es un rasgoradicalmente propio y personal de una autora poco dada a transigir por acomodarse a lo común o lo esperable. En la narración de Teffi hay ironía y humor negro, incluso absurdo (algunos diálogos recuerdan a aquellos otros de Groucho Marx en alguna de sus películas). Hay capacidad de observación y precisión expresiva con las que recrea imágenes y caracteres con viveza. Hay ausencia de retórica. Por ejemplo, el relato arranca con un escueto“Moscú. Otoño. Frío” para situar la primera escena, que sin duda informa también de la influencia de la escritura teatral y sus acotaciones. Hay un entrenado talento para la sátira pero también compasión y un poso de melancolía. Hay realismo, pragmatismo, y una agilidad que casa a la perfección con ese tono despreocupado y desprejuiciado. Es muy chejoviana, es cierto.
Advierte la propia autora de qué es lo que nos vamos a encontrar o, más bien, lo que no. El lector no encontrará ni figuras heroicas, ni críticas a tal o cual corriente política, ni ningún tipo de elucidación o conclusión, dice Teffi. Ella simplemente observa la vida con su mirada clarísima, trata de vivir, y da cuenta de ese latido. Lo cierto es que a través de este relato nos llega también parte del cuadro de una época y de sus gentes, de sus rasgos y sus conflictos.Y como en los grandes autores, el humor de Teffi no excluye el sentido trágico de la existencia. Al contrario. Y así, leemos calificando la vida cotidiana de Odesa en aquellos días caóticos: “Vivir en un chiste no es algo alegre, sino más bien trágico”.