Este es el estupendo título del último libro Aura García-Junco, que he reseñado para el Cultura/s de La Vanguardia. A través de los libros heredados, la autora mexicana revisita la relación con su padre. Una suerte de ejercicio de bibliomancia, psicoanálisis, memoria y reflexión que adopta la forma de narrativa personal.
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La relación con los padres, con uno de ellos o con ambos, es una de las más complejas para la mayoría de los mortales. También es así para la escritora Aura García-Junco (Ciudad de México, 1988) con su progenitor, el también escritor y promotor cultural pero, sobre todo, personaje excéntrico y excesivo, Juan Manuel García-Junco, conocido en los ambientes literarios mexicanos como H. Pascal.
El germen del último libro de la autora se sitúa en el mes de julio de 2019, cuando H. Pascal es hallado muerto en su exiguo apartamento de alquiler junto a sus diez mil libros. Esos diez mil libros y las librerías que los contenían constituían todo su patrimonio y el legado a sus hijos. En los meses sucesivos y conforme va acercándose a una parte de esos libros y librerías llevados a su casa como si fueran unos animales extraños a los que va a acabar conociendo y adoptando, García-Junco va a tratar de comprender al padre, de conocerlo, de perdonarlo… de salvar la grandísima distancia que en su juventud se instauró entre ambos. Así, vamos a asistir a una suerte de ejercicio de bibliomancia, psicoanálisis, memoria y reflexión que adoptará la forma de la narrativa personal y en la que los libros van a servir a la escritora para recordar al padre, su trayectoria vital y su carácter, sus debilidades y zonas oscuras… Le van a servir, sobre todo, para hacerse preguntas y, a veces, para darse algunas respuestas, pero también para incorporar toda una serie de reflexiones acerca de una gran variedad de asuntos que forman parte asimismo de ese acercamiento e intento de comprensión del padre.
En su libro acerca del arte de la narrativa personal La situación y la historia, Vivian Gornick dice que la clave de este género estriba en hallar la distancia justa que nos permita narrar la propia historia. García-Junco, lectora de Gornick, nos advierte enseguida de que ella no está dispuesta a arrastrar el fantasma del padre durante años. ¿Es acaso su estilo digresivo y fragmentario, ese merodear acerca de una gran cantidad de asuntos en un inagotable juego de aproximación y toma de distancia que alcanza momentos de gran intensidad emocional o poética, pero otros con la temperatura del ensayo o la crónica periodística, su particular forma de tomar distancia? Diría que sí. Otro elemento estilístico a destacar es el particular uso de las notas al pie, convertidas en pequeños aforismos, paradojas o definiciones humorísticas o de aliento poético y respecto a las que ha sabido encontrar la extensión y el número justos, evitando un exceso que acabe por sacarnos de la narración. Un libro notable y una muy recomendable lectura.
