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Eva Muñoz

~ Periodista y escritora

Eva Muñoz

Publicaciones de la categoría: Una habitación propia

Una habitación propia de Eva Muñoz

¿Para qué sirve el dinero?

01 martes Ene 2013

Posted by Eva Muñoz in Economía y Política, Una habitación propia

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bancos, crisis, dinero, niños, revolución de los ricos

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9 h. Entro en una oficina bancaria donde tengo una cuenta. Mientras espero a que el empleado realice la gestión que solicito, cojo uno de los folletos publicitarios de los servicios que oferta el banco. Por hacer tiempo. Mi condición de precarizada hace que nunca me interese nada. Quien no sabe si va siquiera a poder pagar el alquiler, ¿cómo va a pensar en una cuenta de ahorro o un plan de pensiones? El folleto de hoy, sin embargo, sí despierta mi interés: “Per a què serveixen els diners? 3ª. edició del Concurs de Dibuix Infantil”. Letras blancas sobre fondo azul en un bocadillo que sale de las boquitas de dos niños pequeños que podrían ser los protagonistas de un cuento infantil contemporáneo: grandes cabezas y ojos grandes, trazos simples, colores básicos. Al lado, un gatito. Un dibujo encantador. La desfachatez, el descaro, la repugnante manipulación empieza ahí, pero no termina. La guinda del folleto es este párrafo dirigido a los padres: “El nostre concurs de dibuix és una oportunitat per ensenyar als petits de casa valors com l’esforç, la constància o la importància de l’estalvi d’una manera entretinguda i divertida”.

Los bancos, con el consentimiento de toda la clase política dirigente, que se ha plegado a su voluntad, son los principales responsables de la actual crisis económica mundial, la peor desde los años treinta del siglo pasado, la que está causando el empobrecimiento real de todos nosotros y un aumento de la desigualdad inédito en nuestras sociedades, la que ha roto el pacto en el que se fundaba no sólo nuestro estado del bienestar sino la propia democracia. Un pacto según el cual los más ricos cedían una parte de su riqueza a los menos ricos a cambio de evitar la revolución y mantener el orden social establecido. La sorpresa ha sido que la revolución de baja intensidad (¿?) en la que estamos inmersos la han declarado los ricos, que en un determinado momento no han tenido bastante y han roto el acuerdo, como muy certeramente ha sabido ver Antonio Baños. Como resultado, no sólo están tensando las cuerdas del sistema hasta el límite, están dando al traste con la democracia que dicen abanderar (ya nos temíamos que sólo nominalmente). Porque cuando las decisiones que afectan a nuestra vida cotidiana las toman políticos y financieros a los que no hemos elegido, se prescinde de la democracia, y eso es lo que está pasando actualmente en Europa con el diktat alemán.

Inepcia y avaricia

Lo peor de todo es que el motivo por el que nos están hundiendo en la miseria ni siquiera ha sido la inepcia, sino la pura avaricia. Pero la cosa va más lejos. La avaricia, al fin y al cabo, en un sistema que tiene como mandato la maximización del beneficio, puede entenderse como derivada de ese propio mandato, acorde con las reglas del juego. Pero lo cierto es que acicateados por esa avaricia se han saltado las reglas del juego que nos pretenden imponer a todos los demás. Esos que ahora pretenden abanderar valores como “el esfuerzo, la constancia o la importancia del ahorro”, han sido unos tramposos. Mi amiga Berta me recordaba la otra noche que el lema de otro banco hace apenas unos años era: “lo veo, lo quiero, lo tengo”. Motivados por la ganancia rápida y ajenos a cualquier conciencia de responsabilidad social, han concedido créditos con un elevado riesgo de no poderse cobrar a sabiendas, créditos que han convertido en productos financieros opacos que vendían sucesivamente generando valor financiero donde el valor real (si acaso aún sabemos lo que eso significa) era inexistente o muy inferior; en fin, ya conocen ustedes la dinámica. Para ello, no sólo han actuado con una flagrante falta de ética, sino de modo fraudulento. En nuestras sofisticadas sociedades, se supone que tenemos leyes para hacer valer unas normas éticas sobre las que hay un acuerdo general. Pero, como saben ustedes, los responsables no sólo no están en la cárcel, sino que en el mejor de los casos se han ido a su casa con un astronómico premio de consolación. Acto seguido, por la vía de las subvenciones directas, de las subidas de impuestos, de los recortes en servicios públicos, todos nosotros estamos pagando el desfalco. Porque en suma, esto no está siendo sino una gran operación de redistribución de la riqueza a favor de los más ricos. Por cierto que les recuerdo que las reglas de este juego en el que estamos dicen que el que pierde debe abandonar la partida, es más, que el propio mercado-árbitro, expulsa al incompetente. Pero como saben, estos grandes defraudadores en términos legales e incompetentes en términos de mercado no sólo no han sido expulsados del juego sino que han sido premiados. El sistema está en plena decadencia. Las nuevas reglas del juego del capitalismo decadente y fraudulento son: privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas.

A pesar de que el robo es sangrante y de todos sabido, la inercia de tantos años respetando a los banqueros y a los políticos en tanto que élites poderosas y, por ello, respetables, es demasiado fuerte, amén de la constante labor que pretende convencernos de que no hay responsables sino que esto no es más que una característica del sistema, que es cíclico, y que ahora vienen mal dadas o, como mucho, que los responsables “somos todos”, según esa idea de que “todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” (digamos que unos más que otros, y que los unos han cometido ilegalidades y los otros no). En fin, a pesar de ello, no ha estallado la revuelta social salvo puntualmente, pero los bancos, conservadores hasta que han dejado de serlo para ganar dinero a espuertas, como hemos visto, han sacado lo más genuino de sus entretelas, o sea, el conservadurismo, y se han lanzado a toda una serie de campañas de marketing para hacer prevalecer la imagen hasta hace poco instaurada en el imaginario colectivo o, tal vez, en su propio imaginario: la de que eran personas decentes y de orden, adalides del esfuerzo y la constancia. Y ahora emprenden campañas en las que apelan al “seny” y pretenden que perpetuemos el statu quo contándoles a nuestros hijos cuentos edulcorados que no describen la realidad.

Decir la verdad

Pues no señores. Yo no les voy a hacer ese juego. Aunque sea una pequeña parte del juego, la mínima en la que puedo no participar. Ustedes desearían recibir cientos de dibujos de niños en los que ellos, con su inocencia y sentido elemental del funcionamiento de las cosas y de la justicia, dibujaran a cientos de tenderos y personas sonrientes intercambiando tomates, coches, globos o filetes en coloridos mercados. Así deberían ser las cosas, en efecto. Pero así no son ni han sido. Creo que mi hijo o bien se echaría a llorar o bien estallaría en cólera si le explicara que hay personas a las que echan de su casa porque un día alguien les prestó mucho dinero para comprar una casa que les dijeron que valía mucho y ahora resulta que aunque esos mismos les dicen que la casa vale mucho menos a ellos les siguen debiendo el mismo dinero y en cualquier caso tampoco tienen nada para pagar porque no tienen trabajo, y no tienen trabajo porque cada vez hay menos dinero para pagar su trabajo porque, de algún modo, ese dinero se lo llevaron o se lo están llevando los prestamistas. No. No podemos hacerles dibujar a nuestros hijos la realidad de los bancos porque es demasiado cruel, demasiado injusta o de perfiles demasiado difusos. Y me niego a participar nada menos que con nuestros hijos en su lavado de cara. Porque a los niños hay que decirles la verdad. Y la verdad es que los valores como el esfuerzo y la constancia, y muchos otros de gran importancia, han sido completamente ajenos en los últimos tiempos a quienes gobiernan los bancos, los gobiernos y otras grandes empresas.

Pese a ellos, le deseo a mi hijo y a todos nosotros lo mejor para el 2013. ¡Salud!

Acerca del cuerpo. Algunos apuntes sobre L’Apollonide

17 lunes Dic 2012

Posted by Eva Muñoz in Acerca del cuerpo, Cine, Una habitación propia

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Bonello, cuerpo, femenino, género, L'Apollonide, masculino, mujer

Arranca L’Apollonide como podría arrancar una película sobre un ejército. Las putas que trabajan en el prostíbulo l’Apollonide bajan desde las habitaciones superiores hacia el gran salón donde se recibe a los clientes. La escalera por la que bajan es una escalera noble, con baranda de madera. El edificio en el que trabajan es una gran casa burguesa. Estamos en París, en el tránsito del siglo XIX al XX.

Descienden las putas por la escalinata y se oye el taconeo como se oirían los cascos de los caballos de un ejército que entra en acción o en escena, que aquí es lo mismo, y ese es el arranque de la película. Y es espléndido. Lo es en su aspecto formal y por lo que ello significa. Porque la película nos sitúa materialmente en lo que va a ser su contenido y en la forma en que va a abordarlo. Las protagonistas son las prostitutas vistas como trabajadoras, y si los trabajadores en la revolución burguesa son vistos como un ejército o una masa, así son presentadas aquí ellas también. Están individuadas, pero no por ello pierden su condición de unidades de un mismo ejército y mercancía. Porque ciertamente encarnan esta doble condición: ellas son a un tiempo trabajadoras y mercancía. Y, como tal, no son sino distintas variantes de un mismo producto en un mercado que, por aquél entonces, aún no había entrado en el juego de la diferenciación del producto. Eran pues las putas un producto muy sofisticado, estaban a la vanguardia del mercado.

¿Y no son acaso las putas el perfecto ejemplo del cuerpo en su doble dimensión, la más puramente material y la más simbólica?

Inmediatamente después, ¿o antes?, quizá antes, antes de los títulos de crédito (mi memoria tiene sus particularidades), el otro registro que la película va a sostener (o viceversa). Si aquél era el más realista o documental, este otro es el de la ilusión, la máscara, la metáfora; el plano simbólico, que en su puesta en escena tiene mucho de operístico. La conexión entre ambos planos: la herida que uno de los clientes deja en el rostro de Magdalena. La cicatriz que le dibuja una imborrable sonrisa. La ilusión de los hombres: la perpetua satisfacción femenina. ¿Y no son acaso las putas el perfecto ejemplo del cuerpo en su doble dimensión, la más puramente material y la más simbólica?

Este carácter de ensayo en torno al cuerpo de la mujer en su condición de mercancía (de lujo, aquí) y de pantalla en la que se proyecta la fantasía masculina, pero también en toda su fisicidad, necesidad y belleza, es sin duda lo más interesante del filme de Bertrand Bonello. Lo hace con un trabajo formal impecable. L’Apollonide es memorable porque es de una belleza exquisita, casi dolorosa. Lo más sorprendente, sin embargo, es el hecho de que, tratándose de una película dirigida por un hombre, no caiga en la típica mistificación masculina de las putas, a la que nunca ha escapado casi ningún autor, no importa de qué género de expresión se trate. Esa que se recrea en su oscura belleza (o fealdad, no importa en este caso) y su placer, oscuro también. Un punto de vista, en definitiva, que no es sino el de sus clientes, puesto que lo son. El de los consumidores que se construyen un relato en torno al objeto que compran, pues ese relato es inextricable de su consumo, forma parte de él. Son incapaces de objetivar ese relato. Carecen de cualquier necesidad o interés en hacerlo. Es más, se sentirían perjudicados por ello. Destruirían su objeto de consumo. Por el contrario, Bonello pone esa mistificación al descubierto. Nos muestra la construcción, la operativa de la puta como epítome de la mujer objeto-de-posesión-y-consumo, de la mujer como objeto de la fantasía y la proyección masculina.

Lo más sorprendente es el hecho de que, tratándose de una película dirigida por un hombre, no caiga en la típica mistificación masculina de las putas.

Para ello, Bonello se sitúa en L’Apollonide como observador externo al tiempo que capta el punto de vista de ellas. En cuanto que observador externo y sensible, por supuesto que Bonello recrea la belleza de esas mujeres, como la del espacio donde viven y trabajan. Ambos son inequívocamente bellos y lujosos, es parte central de su condición, y la sublimación, aspecto central de cualquier experiencia material en torno al lujo con una importante dimensión simbólica. Pero Bonello muestra también otras facetas no sublimables: la rigurosa higiene, los controles ginecológicos -ambos realizados, como el propio trabajo, en total carencia de intimidad. Son, en efecto, mujeres públicas. Una falta de intimidad que se extiende a su vida personal: la casa de citas es un gineceo. Otras facetas cotidianas también dan a ver tanto la materialidad de los cuerpos como su dimensión personal: los almuerzos, las salidas al campo, siempre en común. Agradecemos la belleza de la escena campestre, que se retrate la belleza de las mujeres en un breve momento de libertad.

L’Apollonide contiene también una reflexión en torno a la libertad. Estas mujeres viven, al menos en su dimensión material, probablemente mejor, más cómodamente, que muchas de sus contemporáneas, pero lo hacen en un régimen de casi esclavitud respecto a la dueña del burdel. Las alternativas que se (les) plantean no entrañan en general un gran cambio. O, mejor dicho, están en consonancia con su condición de casi esclavas: esperan a un esposo rico que las manumite, aunque, ciertamente, para pasar a su servicio. Se produce al final del filme un gran salto temporal que nos sitúa en el presente. La protagonista principal, la prostituta con mayor grado de conciencia acerca de su condición y por ello, quizá, la que más sufre o necesita olvidar (no sólo al amante/cliente que la rechaza) en el humo del opio, aparece haciendo la calle. Ella está sola ahora. Parece más autónoma, aunque podría perfectamente no serlo. Es muy probable que haya un proxeneta fuera de campo. La única certeza es que ya no es un objeto de lujo. Ella y su entorno se han modernizado y vulgarizado. Ahora es un objeto de consumo de masas.

Nos queda, o al menos a mí me queda la duda, ingenua tal vez pero necesaria, de si dispone de algún espacio para construirse como sujeto.

Una poética

30 domingo Sep 2012

Posted by Eva Muñoz in Una habitación propia

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Agota Kristof, bressoniana, Claus y Lucas, El gran cuaderno, poética

Eva Muñoz Periodista Escritora Creadora de contenidos Una poética

No es mi poética. No tengo una poética tan definida. Pero me parece un excelente punto de partida, un solidísimo referente narrativo. Es el programa de escritura de Claus y Lucas, los hermanos gemelos protagonistas de El gran cuaderno, probablemente (no he leído toda su obra) la mejor creación de Agota Kristof, la más bressoniana de los escritores que conozco, y, junto con las otras dos novelas breves protagonizadas por los dos hermanos, piedra de toque de la narrativa europea contemporánea: por su forma esencial y despojada; por la inteligencia que su compleja estructura, su naturaleza elíptica -contempladas las tres novelas como un todo-, revelan; por los asuntos que aborda, síntesis de quienes hemos sido.

“Así es como transcurre una lección de redacción:

Estamos sentados en la mesa de la cocina con nuestras hojas cuadriculadas, nuestros lápices y el cuaderno grande. Estamos solos.

Uno de nosotros dice:

– El título de la redacción es: “La llegada a casa de la abuela”.

El otro dice:

– El título de la redacción es: “Nuestros trabajos”.

Nos ponemos a escribir. Tenemos dos horas para tratar el tema, y dos hojas de papel a nuestra disposición.

Al cabo de dos horas, nos intercambiamos las hojas y cada uno de nosotros corrige las faltas de ortografía del otro, con la ayuda del diccionario, y en la parte baja de la página pone: “bien” o “mal”. Si es “mal”, echamos la redacción al fuego y probamos a tratar el mismo tema en la lección siguiente. Si es “bien”, podemos copiar la redacción en el cuaderno grande.

Para decidir si algo está “bien” o “mal” tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.

Por ejemplo, está prohibido escribir: “la abuela se parece a una bruja”. Pero sí está permitido escribir: “la gente llama a la abuela ‘la Bruja’».

Está prohibido escribir: “el pueblo es bonito”, porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas.

Del mismo modo, si escribimos: “el ordenanza es bueno”, no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que nosotros ignoramos. Escribiremos, sencillamente: “el ordenanza nos ha dado unas mantas”.

Escribiremos: “comemos muchas nueces”, y no: “nos gustan las nueces”, porque la palabra “gustar” no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. “Nos gustan las nueces” y “nos gusta nuestra madre” no puede querer decir lo mismo. La primera fórmula designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento.

Las palabras que definen sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.”

Del capítulo “Nuestros estudios”, en El gran cuaderno, Agota Kristof

La mejor fotografía

15 sábado Sep 2012

Posted by Eva Muñoz in Una habitación propia

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ciudad, cuerpos, fotografía, turistas

20120824_192311

No tomé la mejor fotografía. Por pudor. Por la provocación de permanecer impasible mientras el tiempo hacía su trabajo. Y el tiempo hizo su trabajo y descompuso aquel hermoso cuadro: la geometría, los torsos desnudos de aquellos adolescentes crecidos sentados en las gradas, los cuerpos en reposo tras el esfuerzo, el mar al fondo, intensamente azul.

Luego apareció un hombre gordo, sudoroso, y se paró delante de mí, y aún vinieron más turistas y aquel rectangular y exento espacio que sugería el confín de la ciudad, olímpicamente surcado por aquellos displicentes peterpanes, perdió todo interés y volvió a su vulgar condición de último confín urbano para turistas y otros oteadores.

Los hombres jóvenes se marcharon deslizándose impunemente sobre sus monopatines. Yo tambén me fui.

20120824_193204

Un comienzo

14 viernes Sep 2012

Posted by Eva Muñoz in Una habitación propia

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blog, periodismo, Una habitación propia, Virginia Woolf

Así arrancaba mi blog Una habitación propia-Eva Muñoz el 14 de septiembre de 2012.

Este blog

… se llama como uno de mis libros favoritos. Su autora fue Virginia Woolf. Es un libro inteligentísimo y radical, bellamente escrito. Un brevísimo pero certero estudio acerca de la literatura femenina. ¿Qué necesitan las mujeres para escribir buenas novelas? Independencia económica y personal, es decir, una habitación propia. Esta será mi habitación propia. Ahora sólo me faltan las quinientas libras al año, actualizadas por la inflación. Si alguien se anima, puede escribirme a mi dirección de correo electrónico y le proporcionaré un número de cuenta.
Podría haberle dado también a este blog algún nombre generacional. Generación X, Y o Z. Pero al menos las dos primeras letras ya nombran a otros blogs o libros. La tercera opción no me gusta. Nací en los setenta. Pertenezco a una generación que llega a la edad de procreación (de lo que sea) con unas expectativas materiales, políticas y espirituales, peores o más inciertas que las de sus padres. Tiempos líquidos, incluso gaseosos. Pero tenemos ventanas. Y redes. La creatividad sin duda ahora está aquí. Y también las quinientas libras. Así es que aquí he decidido mudarme. Bienvenidos.

Yo

… nací en Hospitalet de Llobregat y allí viví hasta los veintiséis años, salvo un año intermedio que pasé en Estados Unidos, en una desolada ciudad del estado de Nueva York de nombre Elmira. Desde entonces vivo en Barcelona, porque es una ciudad más grande, más bonita y con más cosas que hacer, si el creciente monocultivo del turismo no lo impide. Me licencié en Economía, pero nunca he ejercido. Cuando entendí lo que significaba el materialismo histórico, yo ya había dejado de serlo y me interesaban más otras aproximaciones a la vida de las personas, menos excluyentes, aunque yo nunca he excluido esa aproximación.
Me interesaban el cine, la literatura, el arte. Y quería dedicarme a ello. Como no estaba segura de tener la suficiente imaginación como para dedicarme a escribir novelas, decidí hacerme periodista. El periodismo se me antojó la profesión ideal: la manera de poder vivir de la escritura. La forma más honesta de ser escritor profesional. Aquello era a finales de los noventa. Naturalmente yo entonces no tenía ni idea de que la tecnología que ahora estoy utilizando iba a quebrar el tradicional modelo de negocio de la prensa escrita y que a partir de entonces iba a ser muy difícil ganarse la vida con ello.
Hace doce años que trabajo como periodista, además de traductora y correctora editorial y productora de cine. Hace doce años que trabajo como freelance. Ha sido por exigencias del guión, pero he descubierto que me gusta. Aún trato de ganarme la vida con ello. También escribo poemas y cuentos infantiles, de los que en algún momento tendrán noticia por aquí. Hago fotografías, filmo vídeos. Pertenezco a una generación ecléctica y este es también un medio ecléctico, como los tiempos. He estado casada y tengo un hijo de cinco años con el que vivo.

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