
No sé exactamente cómo llegué a la escritora Maite Núñez. Creo que en algún momento contactamos a través de FB y en abril me invitó a la presentación de su último libro de cuentos, Esta espera que lo envenena todo, y decidí ir. No tenía ni idea de lo que me encontraría. Me he encontrado a una maestra del relato breve.
Según leo en la solapa del libro, Maite Núñez (Barcelona, 1966) es licenciada en Historia Moderna y Contemporánea, en Documentación, y tiene un doctorado en Periodismo. Ha publicado artículos, reseñas literarias y cuentos. Desconozco sus otras facetas pero, leyendo Esta espera que lo envenena todo, no cabe duda de que el género le apasiona, y lo domina. Ha recibido además diversos galardones que lo confirman. No todos los cuentos son igual de redondos, pero la mayoría de ellos tiene ese final a la vez limpio (sin estridencias) y contundente que deja al lector noqueado. También la estructura del libro está muy lograda, con personajes que protagonizan unos cuentos y reaparecen en otros, de modo que el libro tiene bastante de novela coral a lo Short Cuts. La incertidumbre y la tensión consecuente, que se plantea en el primer relato, reaparece a la mitad y no se resuelve hasta el último cuento, dando pleno sentido al título del libro, también para el propio lector, es otra de las constantes. En cuanto al lenguaje, es funcional pero preciso.
Aunque se trata de cuentos perfectamente realistas, en la estela de autores como Cheever o Carver, Núñez utiliza con frecuencia elementos que funcionan de manera simbólica o alegórica, desplazando del elemento real al simbólico el conflicto o la emoción que plantea el cuento. Sucede con el pájaro encerrado en el extractor en “Si todo va bien” y con los farolillos para la fiesta de cumpleaños en “Desdiciendo la tormenta”. Esos dos cuentos, más el último que cierra la serie, están protagonizados por los mismos personajes principales: Luisa, Pieter y el pequeño hijo de ambos, ingresado en el hospital a la espera de un posible diagnóstico grave. La acción con la que se cierra este primer cuento supone una resolución del relato, pero no de la situación: habremos de esperar hasta el final del libro para conocer cuál es la resolución del drama. Nos deja pues, como a Luisa y a Pieter, en un compás de espera. Una inteligente y muy interesante decisión de estructura, insisto.
Mientras tanto, a lo largo del libro, el resto de los cuentos nos van a dar a conocer las cuitas de los demás vecinos de San Cayetano, el municipio inventado donde sucede todo. Astutamente, por el uso de apellidos y nombres donde resuenan todas las nacionalidades (y que a la autora le sirven para hacer juegos y rendir homenajes varios), no sabemos si estamos en una localidad de la costa oeste estadounidense vecina de Santa Mónica o en cualquier suburbio o urbanización metropolitana de cualquier país occidental (la globalización era esto, ¿no?). No sabemos si Núñez ha vivido en California o, más bien, se trata de una ficcionalización de la propia localidad vallesana donde creo que vive; su lugar de residencia pasado por la querencia y la influencia de todos esos suburbios norteamericanos que nos llegan a través de los cuentos de los citados Cheever o Carver, autores de los que sin duda bebe.
Los relatos se acercan a la cotidianidad de las personas, a las zonas en sombra: temores, manías, deseos (con frecuencia desconocidos por el propio protagonista). No se trata necesariamente de grandes secretos, simplemente de una realidad algo menos presentable, ordenada o coherente de lo que las apariencias indicarían, con esa espina dorsal de la incertidumbre y la espera que atraviesa todos los relatos. Hay en los cuentos de Maite Núñez precisión, ironía y ese aliento poético que queda flotando en el aire tras la resolución de sus mejores cuentos. ¡No os la perdáis!










